Se dice que Pitágoras fue el primero en darse a sí mismo la denominación de filósofo, no por el hecho de hacer únicamente uso de un nombre nuevo, sino también por dar a conocer útilmente un tema apropiado. Pues, dijo, el acceso de los hombres a la vida se asemeja a la multitud que acude a las grandes concentraciones porque, al frecuentarlas hombres de todas clases, cada uno acude a ellas por una necesidad distinta (uno se apresura con su cargamento para comerciar y obtener unos beneficios, otro llega, en busca de la fama, para demostrar su fuerza física; hay también una persona, de una tercera categoría, ciertamente más liberal, que se presenta a esas reuniones para contemplar el paisaje y las bellas realizaciones, esto es, por la calidad de las obras o palabras, que suelen darse en estas concentraciones solemnes).
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Después del examen fisiognómico a que los sometía, en su figura, su caminar, el resto de sus movimientos y su configuración natural, les comunicaba buenas esperanzas de su parte. Y tras el silencio por cinco años, tras los rituales iniciáticos inherentes a disciplinas tan im portantes, tras las limpiezas y purificaciones tan frecuentes e importantes del alma
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El método de enseñanza más frecuente era, en Pitágoras, el que se llevaba a cabo por medio de símbolos. Pues este sistema se practicaba también entre casi todos los griegos, debido a su antigüedad, como los egipcios que lo estimaban en gran medida en sus diversas variedades; igualmente también, en el caso de Pitágoras, se apreció mucho, si se explican con claridad los significados y contenidos secretos de los símbolos, haciendo ver cuánta rectitud y verdad contienen, si se despojan de su envoltorio, se liberan de su forma enigmática y se acomodan, de acuerdo con una tradición simple y sin artificios, a la grandeza de alma de estos filósofos, que sobrepasa, por su condición divina, el concepto humano.
Extractos del libro “Vida Pitagórica” de Jámblico.