La ilusión del progreso.
Sucede que, en ocasiones, la lenta gradualidad del trabajo iniciático masónico se contrapone, por naturaleza y por condiciones del medio, a la agitación que caracteriza a la sociedad moderna. Mientras que el «éxito» profano se alimenta en gran medida de la agitación permanente que algunos insisten en llamar «progreso indefinido», el método masónico, por el contrario, implica no solamente un efectivo y a veces doloroso cambio de mentalidad, sino también una acción cualificada que sólo alcanza la verdadera ritualidad en la medida que se efectúa sin expectativas sobre los resultados. Esta es quizá la condición más difícil para la mentalidad contemporánea en que no existe acción alguna sin su correspondiente pretensión e incluso, en cuanto los resultados de esta acción deficiente conllevan algo más de tiempo del imaginado, no demoran en abandonarse y reemplazarse por nuevos objetivos quizá más «al alcance» pero igualmente ilusorios. La efectiva comprensión de esto, necesariamente involucra el esfuerzo de realizar un cambio de mentalidad que, más tarde o más temprano, enfrentará, a quien decida encararlo sinceramente, con los aspectos menos luminosos de su propia individualidad.
En el fondo, la mayoría de las objeciones al método masónico provienen más o menos directamente de la negación, consciente o no, del esfuerzo sincero. Muchas de las elucubraciones que surgen a lo largo de la vía, son desarrollos defensivos de una mente que no desea o de momento no tiene la disposición suficiente para enfrentar el verdadero trabajo. Así es que, por momentos, nos vemos inmersos en idealizaciones y apremios que no tienen otro objeto más que reemplazar el trabajo necesario con una serie de justificaciones pseudo-intelectuales o, lo que es igual, pseudo-espirituales.
Ejemplos bien concretos de estas estratagemas, son las búsquedas de comprensión simbólica mediante el uso de conceptualizaciones profanas con las que la individualidad se siente bien a gusto porque forman parte de su «zona de confort».
Es así como, pese a aceptar teóricamente, en el mejor de los casos, que la Masonería es heredera de una Tradición Primordial que se remonta al Principio mismo de la manifestación, tal y como lo explicitan nuestras formas más auténticas[1], se intenta por todos los medios explicar y hasta cuestionar materias de orden superior con herramientas de un orden inferior. Buen ejemplo de esto es la persistencia en buscar coincidencias o, peor aún, validaciones del método masónico en las ciencias profanas, algunas más materialistas que otras.
Es el caso, muy especialmente en nuestra época, de las ciencias teóricas que pretenden explicar el origen de la existencia mediante el estudio profundo de las partículas elementales que componen la materia y sus interacciones; y las menos recientes, pero aún muy presentes, ciencias psicológicas que pretenden explicar el funcionamiento de la mente humana rebuscando nada menos que en el dominio del «subconsciente». Nos detendremos especialmente sobre estos dos ejemplos.
Sobre la física teórica.
Aunque cabe reconocer la tenacidad del mundo científico por comprender los principios de la existencia, desde el punto de vista espiritual no se puede más que observar que sus denodados esfuerzos, por altruistas que puedan ser, adolecen de un error fundamental de orientación. Si se comprende que todas las cosas del mundo manifestado existen entre dos polos opuestos: la esencia y la sustancia o, en términos aristotélicos: la forma y la materia[2], y si se acepta que la esencia responde a los conocimientos arquetípicos que la ciencia profana llama equivocadamente «principios», es fácil entrever que el análisis[3] experimental sobre las partículas más elementales de la materia, no conducen hacia el conocimiento de los arquetipos, sino hacia el polo opuesto, el de la sustancia. Y cuanto más se profundice en estas pesquisas, más cerca se estará de la sustancia indiferenciada y, por lo tanto, más lejos del conocimiento puro. La consecuencia de llevar tales esfuerzos al límite, supondrá estancarse más y más en el terreno de lo ininteligible, que es el opuesto exacto de la verdadera intelectualidad.
Las enseñanzas masónicas más elementales logran exponer el sentido y la dirección de los trabajos del iniciado, dado que ya en los primeros pasos del desbastado de la P\ Br\ se expresa muy nítidamente el pasaje de la indiferenciación de la «materia prima» a la intelección del «cubo» que, por otra parte, es el símbolo inequívoco de un arquetipo. En este caso, y justamente por tratarse de un símbolo geométrico, es la «forma» la que expresa una búsqueda bien inmaterial, dado que la piedra se constituye apenas en un soporte.
No es intención de este trabajo desmerecer los méritos obvios y las utilidades del campo científico, pero sí el de explicitar que sus alcances, en parte ciertamente por motivo de esas «utilidades», poco o nada tienen que ver con el conocimiento puro al que apuntan las organizaciones iniciáticas como la nuestra, y es justamente por ello que resulta fútil, en el mejor de los casos, cuando no un verdadero impedimento, lograr avances en la vía masónica utilizando herramientas «creadas» con propósitos diametralmente opuestos.
Sobre el psicoanálisis.
Haremos aquí también la salvedad necesaria en cuanto a la utilidad no desdeñable de la psicología, tanto más en la medida que el mundo profano acelera su marcha hacia la decadencia de valores que, en este estado de cosas, parecen volverse cada día más necesarios; pero aclararemos también inmediatamente que todo lo dicho hasta aquí concierne exclusivamente al ámbito del occidente moderno en sus modalidades más vulgares y en nada aplica sobre el dominio de la verdadera espiritualidad.
Hechas ambas aclaraciones, debemos advertir que, al igual que sucede con la física teórica, el problema fundamental de la psicología es la pretensión de inmiscuirse en dominios que no puede ni podría alcanzar. Y de esta pretensión absolutamente errónea, surgen dos problemas o, más bien, dos enfoques diferentes del mismo error.
Por un lado, cuando lo espiritual se reduce a lo psíquico, no se hace más que identificarlo con el subconsciente, cuando, por el contrario, la orientación del trabajo verdaderamente espiritual apunta más bien al supra-consciente, concepto que es completamente ajeno a la psicología puesto que su dominio no está extendido «hacia arriba». De esta manera, se convence en tener la legitimidad de explicar cosas como los ritos, los símbolos y hasta las doctrinas tradicionales con sus infructuosas herramientas, llegando a considerar algunos estados como tanto más «profundos» cuando sólo son simplemente más inferiores[4].
Por otro lado, y en un sentido mucho más pernicioso debido a sus potenciales consecuencias, la psicología puede tomar lo psíquico por lo espiritual, en este caso, a diferencia del anterior en que lo espiritual es simplemente negado, se crea una ilusión de falsa espiritualidad que deviene, más tarde o más temprano, en prácticas espiritistas o neo-espiritualistas, apoyadas en el confuso y peligroso dominio del psiquismo inferior y absolutamente contrarias a la vía iniciática.
Sensaciones y fenómenos.
Aunque los errores de los que hemos tratado hasta aquí no se limitan a los campos de las ciencias profanas mencionadas, ya que podemos encontrarlos dispersos en casi toda la actividad humana actual (nuevas filosofías, teorías educativas, «coaching», historiografía, teoría económica, política, etc.), nos hemos concentrado sobre ellos porque el aporte de ambos a la confusión general es el más propiamente antitradicional. El materialismo positivista de la mayoría de las llamadas «ciencias duras», en contacto con los desvíos pseudo-espiritualistas que devienen de los desmanes del psicoanálisis, son los elementos fundamentales sobre los que se construye la faceta más peligrosa de la «contra-tradición».
La oposición de los llamados «racionalistas» que consideran la tradición como una superstición, así como el escepticismo de los defensores del método científico o la simple negación de los entusiastas de la psicología que omiten todo aquello que escapa a su particular campo de estudio, son posiciones que, en los ámbitos pertinentes, pueden ser confrontadas, discutidas y hasta conversadas en términos más o menos útiles. Son puntos de vista que, consciente o inconscientemente, se limitan a negar la posibilidad de un conocimiento y justamente por ello su oposición no es irreductible dado que la negación es preferible a la contrahechura.
En cambio, en los casos en que fenómenos materiales y psíquicos son tomados por espirituales, la desviación presenta un peligro mucho mayor porque se trata más bien de una parodia, la inversión total de lo que implica el verdadero dominio de la espiritualidad. Podemos hablar aquí de una verdadera contrahechura que reviste con las formas de la espiritualidad una actividad desnaturalizada y cuyos destinos son diametralmente opuestos a los de las organizaciones religiosas o iniciáticas regulares, porque las confusiones que les dan origen apuntan, muy al contrario de los estados superiores del ser, a elementos de orden propiamente «infrahumano».
Las evidencias que desenmascaran este tipo de iniciativas, son por demás detectables y consisten, casi en todos los casos, en la búsqueda de «fenómenos» y en el otorgamiento de una excesiva importancia a sensaciones indiscutiblemente individuales que son tomadas por «experiencias extrasensoriales». Pero a los buscadores de este tipo de experiencias, ¿no cabría preguntarles si lo que en realidad están procurando no son, bien por el contrario, simples y burdas experiencias sensoriales? Pues, así como otorgan una importancia desmedida al dominio sutil del que pretenden experimentar una parte a la vez peligrosa y desnaturalizada, también exageran el rol que concierne al dominio físico, dado que no aceptan ninguna «evidencia» que no afecte pura y simplemente a alguno de sus sentidos corporales.
Fallidas tentativas de «enderezamiento».
Ahora bien, en lo que aparenta ser la esquina opuesta de los errores mencionados, podemos referirnos a algunas iniciativas «tradicionalistas» que pretenden comprender la espiritualidad masónica haciendo decir a ciertos «autores» apenas lo que ellos mismos conocen, limitando así a su propio entendimiento o experiencia el alcance más o menos profundo de lo que pudieran ser indicaciones válidas. Cuando la doctrina metafísica pretende ser estudiada «desde afuera» sin el menor interés en realizar nada de lo que ella transmite y reduciéndola a una actividad puramente libresca, sucede que incluso la palabra de autoridades legítimas puede utilizarse con fines torcidos. Posturas dogmáticas, religiosas y hasta sectarias, en relación a textos tradicionales o comentarios válidos sobre ellos, llegan a imponer una barrera «sutil» que invalida, no solamente el acceso a algún grado de entendimiento, sino también, y en primerísimo término, la correcta orientación del trabajo ritual, pudiendo devenir en las más alocadas prácticas imaginables o simplemente, y en el mejor de los casos, en la reproducción «tradicionalista» de una cierta ceremonialidad vacía. En abierta oposición, y dada la existencia muy difundida de este gravísimo error en entornos iniciáticos, en muchos casos se opta por la proscripción lisa y llana de ciertos «autores», desconociendo que la responsabilidad de los desvíos no siempre puede imputarse a sus obras sino al espíritu con el que se pretende profundizar en ellas. Y aunque definitivamente no es inerme el acceso a determinados textos sin la preparación necesaria, no lo es menos que su rechazo taxativo no siempre es fruto de una cabal comprensión de las propias limitaciones, sino más bien de un temor algo fantasmagórico o simplemente de una irracional aprensión que no se desea reconocer. En suma, siempre es más fácil poner el error fuera de la propia individualidad y allí radica, y no en otra parte, el defecto de orientación ritual antes mencionado.
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Ahora bien ¿en qué podría concernirnos a nosotros, Masones, este tipo de cuestiones, dado que pertenecemos a una orden iniciática regular que, al menos constitutivamente, no adolece de ninguno de estos males? La clave está en comprender que a medida que pasa el tiempo, la mentalidad humana se ve naturalmente alejada de la verdadera espiritualidad, y en vista del carácter profundamente simbólico de la iniciación masónica, la aprehensión de sus misterios y de su doctrina metafísica se vuelve cada día más difícil. En la medida que los propios masones vayamos olvidando o relativizando nuestra tradición esotérica, la iniciación masónica (como pasaría con cualquier otra) se verá más comprometida a las infiltraciones, voluntarias o involuntarias, de componentes que subviertan su verdadero objetivo. No puede decirse que las actividades sociales, filantrópicas y hasta políticas que, de alguna manera, ya forman parte de la Masonería fueran capaces de semejante alteración, pero el descuido tanto de las formas como del contenido tradicional que suele venir asociado a tales intereses, puede abrir la puerta a influencias que harían temblar al más escéptico, internándonos paulatinamente en el dominio disolutivo de la contra-iniciación.
[1] “From immemorial time”
[2] Cabe aclarar que para que la fórmula aristotélica tenga sentido metafísico, la “materia” de que se trata no debe ser confundida con el sentido corriente del término, aunque pueda servir de soporte simbólico como el que se menciona en el ejemplo de la P\Br\
[3] En este caso puede tomarse la palabra en su pleno sentido etimológico, referido a la separación de las partes de un todo para su estudio.
[4] René Guénon, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, Cap. XXXIV “Los desmanes del psicoanálisis”.