Trilingues ergo doctores in multi conveniunt, et maxime in hoc vocabulo quod est «amor»[1]
Habíamos señalado antes a los «materiales de construcción» utilizados por Dante para erigir la maravillosa catedral que bien ser comparada a la Divina Comedia y en general, su obra entera, y a su incansable actividad de constructor sobre la cual nos detendremos más adelante. Ahora, el primero de todos estos materiales, es precisamente el lenguaje; como es sabido, él no se limita a tomar un idioma preexistente, sino que, en base a uno existente, eligiendolo y reformandolo, crea una lengua que aparece así renovada bajo un cierto aspecto, pero al mismo tiempo está profundamente arraigada en el antiguo. Sobre como él desarrolla en realidad este primer gran «trabajo operativo», Dante no nos dice todo. Y esto no sólo porque De Vulgari Eloquentia quedó inconclusa, sino ciertamente por otros también, muy válidos motivos: Los Fieles de Amor eran una organización iniciática donde la poesía, con todas las reglas de armonía que la gobiernan, constituía, por así decirlo un «instrumento» para el trabajo iniciático mismo, del mismo modo que el arte de construir lo fué para la antigua Masonería Operativa o la matemáticas para los Pitagóricos: en consecuencia, habían cosas que podían ser dichas y otras debían quedar en secreto. De los rastros que pueden todavía encontrarse podemos considerar que existiera todavía, en esa época, y que fuese patrimonio de aquellas diferentes organizaciones, ligadas a las ciencias de las letras, una ciencia hermenéutica tradicional, de la cual subsisten en occidente sólo algunos residuos, siendo muchos datos esenciales desaparecidos con aquellas mismas formas iniciáticas. Por otra parte, y sobretodo Dante podía extraer una sabiduría no teórica, sino efectiva, que provenía de un grado de realización espiritual elevadísimo del cual, por definición, nada puede ser comunicado en el plano humano y racional, sino por aquello que puede ser reflejo y que sobre este plano puede manifestarse con la exposición doctrinal y con la cualidad de las obras.
Dentro de las siete ciencias, aquellas del Trivium: Gramática (el latín), Retórica y Dialéctica (ligada al correcto uso de la lógica) eran ciencias de las letras, puestas en correspondencia con otros tantos cielos, y susceptibles de trasposiciones que hacían posible en una aplicación iniciática. Es también notorio, que Dante, antes de comenzar una nueva obra o un tema específico, invoca a las Musas, representando así el modo tradicional de actuar invocando al inicio del trabajo la asistencia del principio espiritual que precede en aquella específica manifestación del arte. Él también invoca a Apolo, cuyo nombre, según Plutarco, significa: «sin multiplicidad», conforme una etimología que los modernos considerarían no aceptable, pero tiene que ver propiamente con aquellas antiguas ciencias hermenéuticas. Apolo, en cuanto Musageta[2] y divinidad solar, representa entonces el principio Uno de toda la manifestación cósmica y al cual toda la multiplicidad debe ser reconducida; con este recurso se expresa, por lo tanto, el intento que la obra de arte, desarrollando aspectos particulares y en su totalidad guíe sintéticamente y finalmente al Principio.
En De Vulgari Eloquentia, Dante en primer lugar hace comprender, cómo existe una relación directa entre el nacimiento del lenguaje humano y el mismo proceso cosmogónico: el primero en hablar fue Adán, y la primer palabra pronunciada fué «Él». «…el hombre puede haber respondido a Dios interrogante, sin que Dios haya hablado con aquella total locuacidad de la que tratamos»
Esto traduce en palabras humanas el Verbo divino del Principio, comporta precisamente una función profética y es propia tal función que aquí implícitamente se está reconociendo a Adán. La palabra de Dios es necesariamente «Revelación» y traducida en el lenguaje humano deviene «tradición»; en este caso se trata de la Tradición primordial, de la cual todas las tradiciones derivan, expresada simbólicamente en la lengua de Adán, única, antes de la diferenciación de las formas tradicionales, hecho necesario del descenso cíclico. Y también leemos: «Si bien Dios supiese o anticipase el pensamiento no expresado del primer hablante, de cualquier manera Él quiso que este hablase, porque de la manifestación de ese gran don, viene la gloria de Aquel que ha donado tan largamente». Este concepto, si bien vinculado a un punto de vista particular, nos recuerda a lo que ha escrito Muhyiddîn Ibn ´Arabi sobre la creación de Adán y del mundo: «El Verdadero quiso observar la esencia de Sus perfectos Nombres, que los números no podían agotar, – y si tú quieres, puedes igualmente decir: Allâh quiso ver Su propia esencia – en un objeto global que, siendo dotado de existencia, resumiese todo el orden divino, al fin de manifestar de tal modo Su misterio a Sí mismo».
Lo que Dante nos hace comprender es que, siendo la creación originada de la Palabra divina: «Sea!» (el «Kun» de la tradición coránica que simboliza la orden divina y se identifica con el principio mismo de la existencia) y teniendo el sonido una función fundamental en el proceso cosmogónico, existe una relación entre los sonidos articulados y la naturaleza esencial de las cosas; así el lenguaje ideal es aquel que se adapta más a expresar la verdad, y su formación debe responder a ciertas leyes de armonía que son el reflejo de la armonía de la Obra divina.
La vulgata que Dante busca deberá ser un lenguaje natural, «aquel que sin reglas, de la madre nodriza por imitación se aprende», que sea por lo tanto en un cierto modo comparable a la lengua primordial revelada por Dios a Adán.
A continuación se verá que esta lengua que los niños aprenden de la madre nodriza corresponde a una expresión simbólica pero no lleva a concluir que el vulgar ilustre debe de ser buscado en los dialectos populares. Los catorce idiomas populares de la tierra de Italia que Dante somete a examen, son inmediatamente descartados, en algunos casos muy desdeñosamente[3]. Si el siciliano y el bolognes fueron tomados en particular consideración, no es de las lenguas populares que se trata: por Siciliano se entiende los poetas de la corte de Federico III y de Manfredi, y el boloñés es aquel de Guido Guinizelli, considerado representante del Dolce Stil Novo, y que Dante llama «el máximo Guido».
Similarmente para el dialecto toscano: «pero, cómo es que todos los toscanos tienen su vergonzosa habla estúpida», vemos no obstante que algunos de ellos han conocido la excelencia del italiano vulgar, quiero decir Guido [Cavalcanti], Lapo [Gianni] y otro [el mismo Dante] de Florencia y Ciro Pistolese…»
Por lo tanto, las fuentes a las cuales se debe recurrir se deben buscar entre las lenguas adoptadas en aquellos ambientes que, aunque exteriormente aparecían como cenáculos, escuelas o cortes, constituyendo en realidad otras tantas expresiones de ciertas organizaciones iniciáticas, las de las cuales eran parte integrante. En este sentido, la simbólica «madre nodriza» de la cual la «lengua» se aprende, debe entenderse como identificable a aquellas mismas organizaciones, a la iniciación de la cual eran depositarias y al conjunto de las ciencias tradicionales que constituían su patrimonio.
La lengua vulgar buscado deberá ser ilustre, áulico, cardinal, eclesiástico, todavía deberá ser más «noble» que el latín; y dado que en el significado de la palabra «noble» está comprendido aquello de «no vil»y de «adecuado al objetivo», debemos deducir que se tratará de una lengua todavía más adaptada para expresar los conceptos doctrinales e inherentes a aquel «sentido anagógico» que es aquel que más importa y que presentan las mayores dificultades. Si, como decimos, no se encuentra entre las lenguas populares donde el ilustre vulgar es buscado, sólamente en el ámbito de los círculos iniciáticos, tal lenguaje, en las intenciones, no deberá ser usado por el pueblo o por los mediocres (es decir por los profanos), más deberá ser reservado a la élite de los poetas: «Pero sólo donde hay sabiduría e ingenio como las grandes concepciones, se logra el óptimo hablar, solamente con aquellos quienes poseen ingenio y sabiduría». Por consiguiente, no a todos los rimadores conviene un excelente lenguaje, ya que no todos con ingenio y sabiduría componen versos: y como consecuencia, ni siquiera a todos le conviene el vulgar ilustre: y no deben por lo tanto usarlo porque a todos les está prohibido hacer aquello que no les es lícito[4].
Evidentemente no todos los «poetas» estaban ligados a organizaciones iniciáticas u ocupaban cargos elevados; un poco como en el arte de la construcción no todos pertenecían con plenos derechos a una jerarquía iniciática, pero existían los llamados «cowans», operarios que no estaban cualificados para participar de los trabajos de los Constructores regulares, y que tenían desde el punto de vista corporativo u rango inferior.
Y no todos los argumentos podrán ser tratados con el uso del vulgar ilustre… «las materias de excelencia sólamente serán dignas de ser tratadas por ello». En otras palabras, aquellos argumentos susceptibles de trasposición simbólica. y a propósito de esto se puede recordar que la expresión: «trilingües doctores» que en sentido literal designa a los poetas que escribían en las tres lenguas vulgares: Italiano, Provenzal y Español, indica en realidad que su poesía debería ser interpretada según los tres sentidos mencionados anteriormente, superiores al sentido literal y que en conjunto constituían los cuatro sentidos de lectura indicados por Dante[5].
El método adoptado para conducir a buen fin la obra de formación y diremos de «institución» de este muy selectissimo lenguaje, es una aplicación particular de aquello que, en un sentido más general, podría ser expresado como «la búsqueda del Graal», o en el simbolismo masónico, como la búsqueda de la palabra perdida. En este simbolismo, en dónde se encuentran representados el fin y el camino de la vía iniciática, es siempre cuestión de la búsqueda de algo que ha sido perdido anteriormente y que se trata de reencontrar; si se trata del «Graal» de las iniciaciones caballerescas occidentales o, en términos del Hinduismo, del «soma» o de la «bebida de la inmortalidad» (amrita), o del «Elixir» alquímico, es siempre cuestión del retorno a la condición originaria, del reencuentro del estado edénico, donde el final del camino iniciático se re-enlaza al inicio del ciclo humano, en el intemporal.
Dante hace una clara referencia a este simbolismo diciendo que la lengua buscada deberá ser una bebida de «aguamiel dulcísima», él hace a menudo referencia a una búsqueda a través de toda la tierra de Italia, a reunir lo que está disperso, y de un «reencuentro» con aquello que se buscaba. Y sobretodo importante son las referencias a la lengua primordial, de lo cual ya hemos hecho mención, respecto de la cual, aquella nueva encontrada, será una lengua «sustituta», no directamente derivada de la primer lengua sagrada, pero que con la cual podrá existir una correspondencia simbólica en cuanto a lengua de la élite intelectual, vale decir, la jerarquía iniciática, núcleo espiritual de una civilización que, como decíamos al inicio, debería haber poseído un carácter integralmente tradicional y haberse extendido a toda la Cristiandad.
Para concluir nos gustaría agregar algunos comentarios sobre aquello que se dice sobre la estructura de las palabras y los versos, por lo tanto sobre la armonía, el ritmo, y diremos también, sobre la geometría del lenguaje. Los números simbólicos más frecuentes, que son los mismos que se encuentran en la Divina Comedia, son 3 – 5 – 7 – 9 – 11. Los números impares son considerados «activos», o «celestes», respecto de los números pasivos «pasivos», o «terrestres».
En primer lugar las palabras deben ser preferiblemente de tres sílabas, de este modo la palabra tiene su propio centro, cayendo el acento normalmente sobre la segunda sílaba (de esta manera cada palabra porta la impronta del número 3 en cuanto a número cosmogónico fundamental). Tres son los estilos (trágico, cómico y elegíaco). El tipo de estrofa más utilizado es el terceto. Los versos deben tener un número impar de sílabas «Los parasillabos entonces, como grosero, raramente se emplean, sin embargo conservan la naturaleza de sus números impares, como la materia a la forma, subyace»[6]. Y entre todos emerge el endecasílabo (recordamos sólamente que el número 11 = 5 + 6, representa simbólicamente la unión del microcosmos y el macrocosmos).
Pero en estos temas así complejos, nuestra intención es ahora sólamente el mencionar y poner en relieve las cuestiones fundamentales. El «vulgar ilustre» no podría convertirse, por razones evidentes, en una lengua sagrada en el verdadero sentido de la palabra, de hecho sólo puede considerarse tal sólo una lengua donde se encuentra expresada la Revelación divina. En la Vulgar Elocuencia, Dante sostiene que la lengua primordial, aquella de Adán, debería ser el Hebreo, la lengua del antiguo testamento y que ésta si hubiese sido salvada de la confusión de la torre de Babel porque en ella, una lengua original incorrupta, podía expresarse el Redentor. En el canto XXVI de Paraíso, Dante modifica en cierta medida este concepto, haciendo decir a Adán, que su lengua ya había desaparecido antes que la construcción de la torre de Babel, haciendo así una clara referencia a la lengua, y por lo tanto a la Tradición primordial, aunque revelando que «I» era el Nombre de Dios en aquella lengua y «Él sellamó después» (en la Biblia). Esta segunda versión está, sin lugar a dudas, más conforme a la realidad, no obstante la diferencia entre ambas es más aparente que real en cuanto al Hebreo, siendo la única lengua sagrada que pueda decirse occidental, puede asumir el valor de una lengua «sustituta» respecto a aquella primordial desaparecida.
De cualquier manera, no es hacia el Hebreo que se orienta la búsqueda, siendo innegable los orígenes latinos de las tres lenguas a las cuales Dante hace referencia. El latín no puede ser considerado propiamente una lengua sagrada, dado que no hay actualmente libros sagrados revelados en ella, con esto no se quiere decir que hayan existido, sino que no nos fueron transmitidas a nosotros; por otro lado es normal que cuando una tradición desaparece, lo hacen también los libros que constituyen su fundamento. Pero en este caso el Latín podría haber conservado alguna de aquellas cualidades intrínsecas que lo hacen un lenguaje humano, al menos virtualmente, susceptible de poder expresar el Verbo divino, al menos por cuanto en él hay de expresable. Pero ¿por qué Dante quiere hacer algo mejor buscando un lenguaje más noble que el Latín?» Evidentemente había llegado el momento en el cual, una adaptación se hacía necesaria, y en efecto estamos frente a lo que se puede considerar una operación de adaptación tradicional, realizada con métodos y conocimientos tradicionales.
Como escribe René Guénon «…aquello que Dante parece haber tenido esencialmente en vista, es la constitución de un lenguaje capaz, con la superposición de múltiples sentidos, para expresar en la medida de lo posible, la doctrina esotérica». Si la obra de Dante no puede considerarse una «revelación», es sin embargo una obra escrita por un maestro iniciático de alto rango, que vehiculiza profundas enseñanzas adaptándolas a su tiempo, y se puede también decir que, en cierto modo «desciende del Cielo», en el sentido que ella refleja en el mundo humano aquellos conocimiento que su autor había efectivamente realizado en su Principio. Así el vulgar ilustre, parte integrante de la enseñanza dantesca, no es una obra literaria o filológica, sino de «sabiduría» en el sentido propio del término[7].
Artículo publicado con la autorización de su autor AMEDEO ZORZI.
[1] Learned writers in all three vernaculars agree, then, on many words, and especially on the word ‘love’. Doctores en las tres escrituras vernáculas acuerdan, en muchas palabras, pero especialmente en la palabra “amor”.
[2] R.A.E.: Del lat. Musagĕtes, y este del gr. Μουσαγέτης Mousagétēs. 1. adj. Mit. Que conduce a las musas. Apl. a Apolo y Hércules, u.t.c.s. U.t. en sentido. fig.
[3] «… sin embargo la vulgata [el italiano vulgar] de los Romanos, o para ser precisos, su trostiloquio es entre los que se hablan en Italia naturalmente es el más vergonzoso, estando ellos, los Romanos, por sus hábitos alejados de las buenas costumbres, muy corruptos…» …«y detrás de los Romanos deberían ir los de la Marca de Ancona… y luego los de Spoleto»… «…y después de éstos echemos a los de Milán y Bérgamo…». Pero de un modo u otro, todas las lenguas populares deben ser descartadas.
[4] De Vulgari Eloquentia, Libro secondo – I
[5] Cfr. René Guénon: Apreciaciones sobre el esoterismo cristiano, cap VI.
[6] La Vulgari Eloquentia, II – V
[7] Y es por lo tanto una cosa bien diferente respecto de la lengua italiana, la cual, aunque en una cierta manera es inspirada en el vulgar dantesco, no conserva el carácter iniciático y debe por lo tanto ser considerada una «lengua profana», sujeta por lo tanto a una continua degradación.