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La Gran Triada

CONSIDERACIONES SOBRE EL SENTIDO ANAGÓGICO EN LA DIVINA COMEDIA I

[1] Bajo el velo de versos extraños

«Para mayor claridad del discurso, primero hay que observar que esta obra no tiene un solo significado, sino que más de uno hay, es decir tiene múltiples sentidos».[2]

Siguiendo cuanto Dante declara explícitamente, además del sentido literal, deben por lo tanto, buscarse otros significados, que pueden decirse alegóricos en cuanto son diferentes del literal, pero jerarquizables a niveles diferentes, así tendremos: un sentido alegórico propiamente dicho, el sentido moral y el sentido anagógico. 

«Tales significados se pueden ver, a manera de ejemplo, en este verso: 

“ Cuando Israel partió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, la nación judía fue consagrada a Dios e Israel se convirtió en su dominio”. Donde, si uno se queda en lo literal, hemos significado el éxodo de los hijos de Israel del Egipto, en tiempos de Moisés; en lo alegórico, la redención nuestra por Cristo; en el sentido moral, la conversión del espíritu por el llanto y la tristeza por el pecado al estado de gracia; en lo anagógico, extraer al alma santa del estado de servicio en el presente corruptible  a la libertad de la eterna gloria»[3].

Lo anagógico es el sentido espiritual, por lo tanto propiamente simbólico, que en el Medioevo fue buscado siempre en las Sagradas Escrituras y entonces, como todo simbolismo, es todavía susceptible de aplicaciones a diversos niveles, así como se puede constatar en la obra de varios autores, según el grado de comprensión de los mismo y según cuanto era permitido expresarse, explícitamente o veladamente. El mismo Dante, en circunstancias diferentes, dá formulaciones bastante diversas del término «anagógico», haciéndolo a veces más y a veces menos transparentes. En la carta a Cangrande della Scala, vicario imperial de Arrigo VII, y que podría estar en condiciones de comprender un lenguaje iniciático[4], encontramos una formulación particularmente explícita, como aquella citada precedentemente: ello hace referencia a una efectiva transmutación y transformación del Ser purificado (anima santa), que escapa a la muerte y a cualquier otra situación transitoria (servidumbre), para alcanzar la «libertad de la eterna gloria»; se trata, observando el verdadero significado de estas expresiones, del fin último de la Vía iniciática y de la realización espiritual, que se puede hacer corresponder a la Liberación de las doctrinas hindúes o a laIdentidad Suprema del esoterismo islámico.

Es de subrayar como Dante, para proporcionar un ejemplo de aquello que es propiamente el aspecto simbólico en su obra, no tome un pasaje de la obra misma, sino un pasaje de la Escritura que hace referencia a un acontecimiento histórico; de tal modo es evidenciado como la «realidad histórica» adquiere todo su valor cuando es vista en su aspecto simbólico más profundo. Si un concepto similar podría parecer evidente en la época de Dante, lo es mucho menos en nuestros días, como observa René Guénon: «En efecto, con mucha frecuencia se tiene tendencia a pensar que la aceptación de un sentido simbólico debe entrañar el rechazo del sentido literal o histórico; una tal opinión no resulta más que de la ignorancia de la ley de correspondencia que es el fundamento mismo de todo simbolismo, y en virtud de la cual cada cosa, al proceder esencialmente de un principio metafísico del que tiene toda su realidad, traduce o expresa este principio a su manera y según su orden de existencia, de tal suerte que, de un orden al otro, todas las cosas se encadenan y se corresponden para concurrir a la armonía universal y total, que es, en la multiplicidad de la manifestación, como un reflejo de la Unidad Principial misma. Es esta la razón por la cual las leyes de un dominio inferior pueden tomarse siempre para simbolizar las realidades de un orden superior, donde tienen su razón profunda, y que es a la vez su principio y su fin».[5]

En Dante, la historia, precisamente por su valor simbólico, no responde en absoluto a la concepción que tienen los modernos, pero es también ella, como cualquier otro aspecto, englobada en una concepción tradicional. Los episodios históricos resultan ejemplares, emblemáticos y fuera de un tiempo determinado, como los mitos y las leyendas para expresar con toda la intensidad y veracidad posible, las enseñanzas, en orden de que puedan ser recibidas, aunque a niveles diferentes, según las posibilidades de comprensión del lector.[6]

            El simbolismo histórico es sin embargo solo uno de los elementos constitutivos, diremos con mucho gusto los «materiales de construcción», de la Divina Comedia; todo aquello  que constituía, en el medioevo occidental, ciencia y sabiduría, encuentra en la obra su justo lugar: la tradición cristiana en su integralidad, la tradición clásica, la filosofía, la Escolástica en particular, la ciencia del Trivium y del Quatrivium, el Pitagorismo, el Hermetismo, por mencionar sólo los componentes fundamentales. Encontramos por lo tanto en la complejidad de la obra, sea una multiplicidad relativa a los campos de aplicación, conforme al concepto según el cual, todo lo que es una existencia manifestada, posee en sí mismo un valor simbólico, sea una multiplicidad de significados a diferentes niveles, de acuerdo a aquello que es un carácter fundamental del simbolismo como posibilidad de expresión de las realidades metafísicas.[7]

A propósito de esto, es oportuno subrayar otro punto fundamental, sin el cual nada se podría verdaderamente comprender en cuanto a la finalidad que Dante persigue; y es que nunca pretende hacer una obra simplemente cultural o de «especulación filosófica». Todo lo que Dante escribe tiene una intención eminentemente «operativa»; en muchas ocasiones el poeta es explícito sobre este punto:«Genus vero philosophie… non ad speculandum, sed ad opus inventum est»[8]. Es por lo tanto necesario examinar en qué modo debe exáctamente entenderse esta «operatividad» que constituye el verdadero fin de la filosofía, vale decir, del amor por el Conocimiento.

            Toda la obra de Dante parece diseñada para hacer comprender como la más alta y verdadera finalidad del ser humano es el retorno al Principio; y si se busca profundizar este sentido anagógico indicado como el más elevado, aparece con toda evidencia como el retorno al Principio no sea absolutamente entendido en sentido figurado y ni siquiera simplemente místico, sino en sentido de una verdadera realización espiritual. Según este sentido propiamente esotérico, la realidad metafísica del orden de los principios, son considerados como efectivamente cognoscibles por identificación, con la cancelación de la separación ilusoria entre el «conocedor» y lo «conocido». Son éstos profundos significados, los que pueden ser llamados «operativos» en cuanto estrechamente conectados a la actividad interior y espiritual inherente al recorrido de la Vía iniciática, de aquellos que tienen «el intelecto sano» son exhortados a buscar; y es esta posibilidad «operativa» lo que constituye la verdadera y principal finalidad de toda la obra de Dante.

            Si este es el fin superior y el centro entorno al cual gira y se desarrolla toda la obra, la presencia de los otros sentidos en la lectura demuestra que la actividad interior que hemos señalado debe irradiarse hacia el mundo, generando una acción exterior, en todos los diferentes dominios; una acción no profana que constituye una aplicación de los principios. Concebida de tal modo, la acción conserva un carácter propiamente ritual, y asume un doble valor: hacia lo externo, por el bien de la humanidad, y por sí misma como una modalidad o un aspecto de la vía iniciática; la sabiduría y la virtud iluminando la acción, y a su vez las acciones se transforman en «operaciones» en el trabajo de perfeccionamiento interior. Dante mismo modela su propia vida sobre estos principios. En relación a aquello que puede ser visto como exterior, siendo referido al ámbito de los eventos históricos, Dante se dedica en primera persona, a una actividad política: no siendo realmente una política como es comprendida por los modernos, sino siempre y exclusivamente, como fué dicho anteriormente, en cuanto es una aplicación de los principios. Se trata de un aspecto del combate propiamente iniciático del caballero medieval y, podemos decir «templario». Él no escoge la vida contemplativa del que se retira del mundo: Dante permanece en el mundo para combatir hasta el final, a pesar de las tragedias de su siglo, las desventuras que se abaten sobre él, las desilusiones que se le suceden. De la manera más evidente, en él  coexisten y toman vida, los componentes del sabio, del guerrero (en el sentido más amplio del término) y del constructor incansable, componentes que deben necesariamente encontrarse, en cada tiempo, en la verdadera naturaleza de los justos.

            Por consiguiente, si se pregunta cuál fué la verdadera finalidad de la obra de Dante, considerada en su totalidad y en toda la complejidad, podemos considerar que fué la de formar un conjunto doctrinal que constituye el fundamento de una civilización íntegramente tradicional, en el sentido más auténtico del término, al igual que las grandes civilizaciones tradicionales de Oriente. Era aquel un momento verdaderamente crucial de nuestra historia; a pesar de las guerras religiosas y el exclusivismo exotérico, Oriente era intelectualmente mucho más cercano de cuanto no lo será en las épocas sucesivas, y no parecía imposible en aquel momento perseguir aquella gran aspiración de crear un orden humano que reflejase las leyes divinas.

            No se trataba de un simple ideal o de una utopía: en aquella época, hacia el final del 1200 y en los primeros años del 1300, todavía existían las condiciones para perseguir concretamente una finalidad de este tipo que, aunque sea ardua, era perseguida hasta entonces y en el curso de todo el Medioevo, siempre con resultados incompletos. Existía también en aquella época, una élite iniciática capaz de mantener los lazos intelectuales con el Oriente y, más específicamente, mantener el vínculo de las tradiciones occidentales con el «Centro del Mundo», el Centro espiritual supremo que vivifica todas las tradiciones auténticas, las cuales, de tal modo,  mantienen su real eficacia y legitimidad.

            La influencia espiritual que podría haber sido extendida por medio de la élite iniciática, debería haber encontrado los soportes adecuados para que pudiesen efectivizar las condiciones idóneas y sus efectos benéficos se propagasen en todos los niveles, incluso en el orden social. El Imperio habría tenido que asumir su auténtico rol, como Dante así lo expone en Monarquía, y el Papado habría tenido que representar la guía espiritual del orden más elevado, en relación a las dos funciones, que, desde el punto de vista iniciático, corresponde a aquél entre los «misterios menores» y los «grandes misterios». Así todas las funciones relativas a la autoridad espiritual y al poder temporal habrían podido encontrar su justo lugar, habrían estado entre ellas en justa relación, el orden encontrado en los niveles superiores se habrían irradiado en aquellos inferiores, sólo así hubiera sido posible restablecer la paz, recomponer las graves disputas y las diferentes facciones que en aquel tiempo se tomaban con diferentes pretextos y defectuosas interpretaciones doctrinales. Dante habría querido ser para Arrigo VII aquello que Virgilio había sido para Ottaviano Augusto; habría querido contribuir a la realización de aquella aspiración de retorno a la edad de oro que se encuentra en la obra del gran cantor de la Latinidad y del Imperio, y que él consideraba su Maestro. Una edad de oro no en sentido pleno  y efectivo (que requeriría el inicio de un nuevo ciclo de manifestación, después de finalizar el presente), pero si en un sentido relativo, con la realización para la Europa, vale decir, para toda la Cristiandad, de una unión donde, el orden terrestre reflejase aquél celeste y de tal modo volver a florecer la justicia, la libertad, y todas las condiciones gracias a las cuales el ser humano puede desarrollar sus mejores y más elevadas posibilidades.

            No es casualidad que en Monarquía Dante cita la IV Égloga: «Iam redit et Virgo, redeunt Saturnia regna»[9]. La Virgen representaba la Justicia, análogamente a aquella diosa Temi que, según el mito, después del fin de la edad de oro era ascendida al Olimpo y no descendía más. El «niño que está por nacer» y que sostendrá el mundo es una clara referencia al estado de infancia espiritual, así de importante y así de incomprendido, que iniciáticamente es una condición indispensable para el retorno al estado edénico.

            Una función y una acción de parte de Dante y de las organizaciones iniciáticas a las cuales estaba ligado, para intentar llevar a la civilización medieval a su realización, deberían tener razones muy profundas, como escribe René Guénon: «De Pitágoras a Virgilio y de Virgilio a Dante la cadena de la tradición sin duda no fué rota sobre la tierra de Italia». Como se ha dicho anteriormente, en aquella época podrían haber existido todavía, las condiciones para reconducir al Occidente hacia la reconquista de su propia tradición. Así no fué, por el contrario, el Medioevo estaba por morir bajo los golpes de los advenimientos históricos, bien conocidos exteriormente y por demás oscuros, con respecto a aquellos que los habían originado y que por lo tanto entraban en el cuadro de un proceso general de declive de la espiritualidad, que caracterizará luego al mundo occidental. En los ´300, el alma del Medioevo se disgrega en un siglo de sufrimiento, luchas fratricidas, epidemias, hambrunas y desequilibrios de todo género; las puertas de la espiritualidad se estaban cerrando y los hombres dirigían siempre su atención sobre aquello que era exclusivamente humano y contingente. 

Artículo publicado con la autorización de su autor AMEDEO ZORZI.


[1] Considerazioni sul senso anagogico nella Divina Commedia, RST N°99 Gennaio – Giugno 2013

[2] Carta a Cangrande de la Scala – 1316/17

[3] Ibidem.

[4] Alguno puede encontrar extraña o fuera de lugar la gran diferencia con la cual Dante se dirige al joven Cangrande. Sin pretender saber cuáles fueron las razones de Dante, podremos de cualquier manera observar, que desde el punto de vista tradicional, estas expresiones aparecen del todo normal: se encuentran de hecho casos en que iniciados de rango elevadísimo se presentan de manera muy modesta.  No se debe ver en aquello artificioso en lo más mínimo  y mucho menos algo de sentimentalismo como en la humildad, o de un comportamiento místico, más bien debe verse el reflejo de la extinción de la individualidad, el «temor» frente al Principio en el desempeño de la propia función, la conciencia de la importancia de la delicadeza de esta; y también hay una enseñanza con respecto del interlocutor, que debería darse cuenta de su propia y real inferioridad; en cada caso se trata de escritos que no son destinados a profanos sino a alguien que pertenezca ya a una organización iniciática y que por lo tanto, porta en sí al menos virtualmente, la posibilidad de la realización espiritual. 

[5] R. Guénon – El simbolismo de la Cruz

[6] Se puede notar a propósito de esto, que en ciertas organizaciones iniciáticas se pongan en práctica leyendas simbólicas como parte integrante de los ritos de iniciación.

[7] Aquello que en cambio no existe en Dante, en ningún campo y a ningún nivel, es un punto de vista profano similar al de los modernos; una poesía de carácter simplemente literario – estético – sentimental no habría tenido ningún sentido y los modernos que con esta clave pretenden interpretarla se auto condenan a no entenderla en absoluto.

[8] Epist. XIII 39 – 40.

[9] «Vino ya la última edad de la predicción de Cumas; /nace de nuevo el gran orden de una generación /. Y ya regresa la Virgen y regresa el reino de Saturno».

«Ultima Cumoei venit iam carminis oetas; / magnus ab integro saeclorum nascitur ordo; / iam redit et Virgo, redeunt Saturnia regna; / iam nova progenies caelo demittitur alto. / Tu modo nascenti puero, quo ferrea primum / desinet ac toto surget gens aurea mundo, / casta fave Lucina: tuus iam regnat Apollo».

«Ahora viene la era final de la sibila, la gran orden de las edades ha nacido de nuevo,  y ahora vuelve la justicia, las reglas de honor y el retorno de Saturno. Ahora un nuevo linaje enviado desde el alto cielo». Cuarta égloga de Virgilio.

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