«¿El que manda que nos conozcamos a nosotros mismos manda, por consiguiente, que conozcamos nuestra alma? […] Luego el que conoce solo su cuerpo [o su compuesto psicofísico] conoce lo que está en él, pero no conoce lo que él es. […]
Tratemos, pues, en nombre de los dioses, de entender bien el precepto de Delfos, del que ya hemos hablado; pero ¿comprendemos, por ventura, ya toda su fuerza? […] Voy a comunicarte lo que a mi juicio quiere decir esta inscripción y el precepto que ella encierra. No es posible hacértela comprender por otra comparación más que por la de la vista. […]
Fíjate bien: si esta inscripción hablase al ojo, como habla al ser humano, y le dijese: mírate a ti mismo, ¿qué creeríamos nosotros que le decía? ¿No creeríamos que la inscripción ordenaba al ojo que se mirase en una cosa en la que el ojo pudiera verse? […]
Busquemos esta cosa, en la que, mirando, podamos ver el ojo y a nosotros mismos. […] ¿No hay en el ojo un pequeño punto que hace el mismo efecto que el espejo? […] ¿No has considerado, acaso, que cuando miramos al ojo de cualquiera que está delante de nuestra faz, se refleja y se hace visible en él, como en un espejo, justamente en lo que nosotros llamamos pupila, la imagen del que mira? […]
Un ojo, para verse, debe mirar en otro ojo, y en aquella parte del ojo, que es la más preciosa, y que es la única que tiene la facultad de ver, donde reside toda su virtud, es decir, la vista. […]
Mi querido Alcibíades, ¿no sucede lo mismo con el alma? Para verse, ¿no debe mirarse en el alma, y en la parte de ella en la que se encuentra su facultad propia, la inteligencia, o en cualquiera otra cosa a la que esta parte del alma se parezca en cierta manera? […]
¿Pero podremos encontrar alguna parte del alma que sea más divina que aquella en que se encuentran el entendimiento y la razón? […] En esta parte del alma, verdaderamente divina, es donde es preciso mirarse, y quien la mira y descubre en ella todo ese carácter sobrehumano, un dios y una inteligencia, bien puede decirse que tanto mejor se conoce a sí mismo»
Platón. Alcibíades