Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

La Gran Triada

APUNTES SOBRE EL ORIGEN DE LA MASONERÍA III

Retornando nuevamente a la búsqueda de alguna pista sobre los orígenes más antiguos, podemos recordar cuanto escribe R. Guénon en el artículo «La tierra del Sol», refiriéndose al contenido de un libro de autor anónimo:

«Glastonbury y la vecina región de Somerset habrían constituido, en época muy remota, que puede llamarse “prehistórica”, un inmenso “templo estelar” determinado por el trazado en el suelo de efigies gigantescas que representaban las constelaciones y dispuestas en una figura circular como una imagen de la bóveda celeste proyectada sobre la superficie terrestre… la disposición natural de los ríos y las colinas, habría podido sugerir por otra parte este trazado, lo cual indicaría que el sitio no se eligió arbitrariamente, sino en virtud de cierta “predeterminación”; no es menos cierto que fue necesario, para completar y perfeccionar el diseño, lo que el autor llama “un arte fundado en los principios de la geometría”». Y sobre esta última frase, en nota al pié de página añade:  «Esta expresión está visiblemente destinada, a hacer entender que la tradición de la cual este arte deriva continuó en aquella que llegó a ser luego la tradición masónica».

Si esas figuras han podido conservarse de modo de ser aún hoy reconocibles en nuestros días, se supone que ha de haber sido porque los monjes de Glastonbury, hasta la época de la Reforma, las conservaron cuidadosamente, lo que implica que ellos debían haber conservado el conocimiento de la tradición heredada de sus lejanos predecesores, los druidas, y sin duda, de otros anteriores a éstos, pues, si las deducciones tomadas de la posición de las constelaciones representadas son exactas, el origen de tales figuras se remontaría a cerca de tres mil años antes de la era cristiana». Y en nota: «Parecería también, según diversos indicios, que los Templarios hayan tenido parte en esta conservación, lo que estaría conforme a su supuesta conexión con los “Caballeros de la Tabla redonda” y al rol de “custodios del Graal” que se les atribuye. Por otra parte, es de notar que los establecimientos del Temple parecen haber estado situados frecuentemente en la cercanía de monumentos megalíticos u otros vestigios prehistóricos, y acaso es necesario ver en esto más que una simple coincidencia»[1].

Sobre el mismo argumento R. Guénon escribe que existía, en la antigüedad, aquella que se podría llamar una geografía sagrada, o sacerdotal, y la posición de las ciudades y de los templos no era arbitraria, sino determinada por leyes muy precisas, y se pueden de esta manera prever los vínculos que unían al «arte sacerdotal», al «arte real» y al arte de los constructores.

Hemos ya mencionado los Collegia fabrorum romanos y sabemos que R. Guénon habla, retomando más de una vez estas organizaciones y del simbolismo que de ellas deriva. Podemos afirmar que, si bien los orígenes de la Masonería actual son múltiples y muy complejas, es precisamente en los Collegia fabrorum que puede ser encontrada la línea de descendencia más directa, sobretodo en lo que respecta a la filiación iniciática.

Desde el punto de vista doctrinal e iniciático, los Collegia eran esencialmente pitagóricos, y a su vez el Pitagorismo se presenta como una readaptación de los antiguos Misterios órficos; vemos por ejemplo que el «Dios geómetra» del cual habla Platón, se identifica con Apolo. 

Como escribe R. Guénon a propósito de las mutaciones que debieron intervenir entre el período más antiguo del helenismo y la más reciente época denominada «clásica»: «hubo, al menos parcialmente, una readaptación efectuada en el orden tradicional, principalmente en el dominio de los «misterios»; y se debe relacionar el Pitagorismo, que fue sobre todo, bajo una nueva forma , una restauración del Orfismo anterior, y cuyos lazos evidentes con el culto délfico del Apolo hiperbóreo permiten considerar incluso una filiación continua y regular con una de las tradiciones más antiguas de la humanidad»[2].

Por mencionar algunos de los elementos derivados del Pitagorismo y todavía presentes en el patrimonio simbólico y ritual de la Masonería, podremos decir en primer lugar que el segundo grado es esencialmente «pitagórico» (mientras que el tercero es «salomónico»). En: La gran Tríada, a propósito del triángulo rectángulo con los lados proporcionales a los números 3, 4 y 5, es dicho que en esto se encontraba un secreto de la Masonería operativa, y que a este triángulo el Pitagorismo atribuía una gran importancia; e incluso: «una parte notable del simbolismo masónico derivó directamente del pitagorismo, mediante una cadena ininterrumpida, a través de los Collegia fabrorum romanos y las corporaciones de constructores de la Edad Media; el triángulo de que aquí se trata es un ejemplo de ello, y encontramos otro en la Estrella fulgurante, idéntica al Pentalpha que servía de “medio de reconocimiento” a los Pitagóricos»[3].

Otro de estos ejemplos es aquél de las fiestas de los dos San Juan, pero este es un argumento demasiado conocido para insistir en él. Se dice que los Collegia fabrorum fueron instituidos por Numa, el rey legislador cuyo nombre es una anagrama de Manu, que en la tradición hindú representa el legislador universal. Como hemos ya dicho, estas organizaciones iniciáticas tuvieron la posibilidad de difundirse, con las conquistas y la expansión de la civilización romana, y volveremos a encontrar las huellas  de esto cuando hablemos de los constructores Bizantinos.

Con las invasiones bárbaras, sobretodo en el siglo quinto, en el cual se verificaron dos saqueos de la ciudad de Roma y la caída del imperio de Occidente, la supervivencia de los Collegia, debió haber sido algo extremadamente difícil, y es entonces que estas organizaciones se transfirieron a los alrededores del lago de Como, y allí éstas conservaron su sede principal por muchos siglos, diremos también por todo el medioevo. 

Puede ser interesante notar que en los años del 490 al 493, es decir, inmediatamente después de la caída del imperio, en aquél período que signa el fin del mundo clásico y «pagano» y los primeros inicios del medioevo, se verificaron en el Sur de Italia y precisamente en el Gárgano, apariciones del Arcángel Miguel. Según se cuenta, en un lugar que se llamaba Monto Drion (en griego: quercia), en una caverna que en el pasado había estado dedicada al dios Mithra, el Arcángel Miguel se manifestó haciendo de aquella caverna su morada y dejando la impronta de su pié sobre una roca; encontramos por lo tanto otro ejemplo de aquél simbolismo de las improntas sobre la piedra de la cual hablábamos anteriormente. Durante todo el medioevo, este lugar será una importante etapa para los peregrinajes que atravesaban Italia y Francia para arribar al Monte San Miguel, en Normandía.

Pero para retornar a los Collegia fabrorum, estos habían ya sufrido, en aquella época, una adaptación a la tradición cristiana, y es aceptado incluso por los historiadores, que estas «Guildas» representan un puente entre la antigüedad clásica de Roma y la civilización medieval; ellos tomaron el nombre de Maestros Comacini y con este nombre son mencionados en las ediciones Rotarias (643). 

A estas organizaciones pertenecían frecuentemente también monjes, sobre todo Benedictinos. Cuando el monje Agustín (S. Agustín de Canterbury) fue enviado misionero a Bretaña (596), el papa Gregorio I le asignó un séquito de monjes constructores.  Igualmente cuando S. Bonifacio (Winfrid) fue a Alemania como misionero (740), el papa Gregorio II envió con él un gran séquito de monjes expertos en el arte de construir y de hermanos que eran arquitectos, para asistirlo. En ambos casos se trataba de Maestros Comacini, y de estos dos ejemplos se puede deducir que la difusión del Catolicismo y de las construcciones religiosas en Bretaña y en Europa, por obra de los clérigos, representa otra línea de transmisión del Arte masónico. 

Para subrayar la importancia de las organizaciones de las cuales hemos hablado, recordamos que R. Guénon afirma que: «[…] no nos está menos permitido pensar que, de Pitágoras a Virgilio y de Virgilio a Dante, la «cadena de la tradición» no fue sin duda interrumpida jamás sobre la tierra de Italia»[4].

En épocas sucesivas, la Masonería parece desarrollarse especialmente en Francia. Sobre todo en los siglos del gran florecimiento de la arquitectura gótica, los maîtres d’oeuvre franceses parecen haber tenido una parte preponderante en la construcción de las grandes catedrales de otros países. De aquí algunos historiadores extraen la conclusión que la Masonería operativa debe haber nacido en Francia. R. Guénon, aunque con alguna reserva, admite que las logias alemanas, y aquellas inglesas y escocesas, presentan ciertas similitudes que pueden justificar la tesis de una derivación común de la Masonería operativa francesa; observa, entre otras cosas, que «la exposición “legendaria” contenida en ciertos manuscritos ingleses de los Old Charges parecería ella misma sugerir algo de este tipo, […]» pero añade: «Si se admite que es desde Francia que la Masonería operativa fue importada en Inglaterra y en Alemania, esto no perjudica para nada cuanto respecta a su origen mismo, ya que, según las mismas leyendas, ésta habría  venido primero desde Oriente a Francia, donde habría sido aparentemente introducida por arquitectos bizantinos[…]»[5].

Esta última consideración nos lleva a examinar otro aspecto de la cuestión, aquél de la influencia de la tradición islámica y también aquél de la componente hermética, en el período medieval. En su artículo «Influencia de la civilización islámica en Occidente» R. Guénon observa que «Se pueden recabar huellas de la influencia islámica en la arquitectura, y ésto de una manera enteramente particular en la Edad Media; así, el arco ojival cuyo carácter se afirmó a tal punto que ha dado su nombre a un estilo arquitectural, tiene incontestablemente su origen en la arquitectura islámica, aunque numerosas teorías fantasiosas hayan sido inventadas para disimular esta verdad. Estas teorías son rebatidas por la existencia de una tradición entre los mismos constructores, que afirma la transmisión de sus conocimientos a partir del cercano oriente. Estos conocimientos revestían un carácter secreto y daban al arte un sentido simbólico; tenían relaciones muy estrechas con la ciencia de los números y su origen en todo caso ha sido siempre atribuido a aquellos que edificaron el Templo de Salomón. Como están las cosas acerca del origen lejano de esta ciencia, no es posible que la misma haya sido transmitida a la Europa de la Edad Media a través de un intermediario distinto de aquél del mundo musulmán[…]».

E incluso, después de algunas páginas, añade:  «[…] estos Hermanos Rosacruces que se servían como cobertura de las corporaciones de constructores de las cuales hemos hablado, enseñaban la alquimia y otras ciencias idénticas a aquellas que estaban todavía en pleno florecimiento en el mundo del islam…»[6].

            En las relaciones del Occidente con la tradición islámica o, mejor dicho, con el Oriente, un rol muy importante había sido desarrollado por los Templarios y, luego de la destrucción de esta Orden, nacieron otras organizaciones iniciáticas: La Fe Santa, el Rosacrucismo y la Massenie del Santo Grial.

            En: El esoterismo de Dante, a propósito del 26° grado del Rito Escocés o «Príncipe de Mercy», R. Guénon escribe que «el grado del cual se habla, como casi todos aquellos que se vinculan a la misma serie, presenta una significación claramente hermética; y lo que conviene observar en modo particular al respecto, es la conexión del hermetismo con las Órdenes de caballería. Éste no es el lugar para buscar el origen histórico de los altos grados del Escocismo, ni de discutir la teoría controvertida de su descendencia templaria; pero haya sido filiación real y directa o solo una reconstitución, no es menos cierto que la mayoría de estos grados, y también algunos de los que se encuentran en otros ritos, aparecen como los vestigios de organizaciones que tuvieron en un tiempo una existencia independiente, y especialmente aquellas antiguas Órdenes de caballería cuya fundación está ligada a la historia de las Cruzadas, es decir, a una época en la cual no hubieron solo relaciones hostiles, como lo creen aquellos que se atienen a las apariencias, sino también activos intercambios intelectuales entre Oriente y Occidente, intercambios que se operaron sobre todo por medio de las Órdenes en cuestión. ¿Es necesario admitir que los datos herméticos hayan derivado de oriente y asimilados, o no se debe pensar más bien que ellos poseían desde su origen un esoterismo de este género, y que sea su específica iniciación que les permitió entrar en relaciones sobre este terreno con los orientales? Esa es todavía una cuestión que no pretendemos resolver, pero la segunda hipótesis, aunque menos frecuentemente considerada que la primera, no tiene nada de inverosímil para quien reconoce  la existencia, durante toda la edad media, de una tradición iniciática propiamente occidental; otra razón que llevaría también a admitirlo, es que Órdenes fundadas más tarde, y que no tuvieron nunca relaciones con Oriente, fueron igualmente portadoras de un simbolismo hermético, como la Orden del Toisón de Oro, cuyo nombre mismo es una alusión tan clara como es posible a este simbolismo. Sea como sea, en la época de Dante, el hermetismo existía ciertamente en la Orden del Temple, como también el conocimiento de algunas doctrinas de origen más ciertamente árabe, que Dante mismo parece no haber ignorado tampoco, y que sin duda fueron transmitidas por esta vía»[7].

            Dante inicia el XXXI canto del Paraíso con estos versos, en los cuales se reconoce sin duda una alusión a la caballería templaria: 

            In forma dunque di candida rosa ]         En forma de cándida rosa]

mi si mostrava la milizia santa             [se me mostraba la milicia santa]

che nel suo sangue Cristo fece sposa.     [que en su sangre Cristo hizo novia] 

Según el sentido más inmediato, la cándida rosa es una imagen del consejo de los Templarios, como ya precedentemente, en el canto XXX, v.129, el «el convento de blancas estolas», y encontramos la afirmación de cómo Cristo había querido unir a la propia sangre de la crucifixión, aquella derramada por los Templarios en el injusto suplicio por ellos sufrido. Sin embargo la rosa blanca es también aquella que se encuentra en el símbolo de los Rosacruces, y esta imagen de la «milicia santa» que se muestra de esta manera, puede ser considerada como una confirmación, por parte del mismo Dante, de cómo el Templarismo, luego de la aparente destrucción de la Orden, haya asumido la forma del Rosacrucismo. 

Otra información importante y consideraciones encontramos en el capítulo dedicado a «Dante y el Rosacrucianismo»: «Esta doctrina esotérica, cualquiera que sea la designación particular que se le quiera dar hasta la aparición del Rosacrucianismo propiamente dicho (siempre que se considere darle una), presentaba caracteres que permiten hacerla entrar en lo que se llama en sentido general, el hermetismo. La historia de esta tradición hermética está íntimamente ligada a la de las Órdenes de caballería; y, a la época de la cual nos estamos ocupamos, era custodiada por algunas organizaciones iniciáticas como la de la Fede Santa y de los Fieles de Amor, como también por aquella Massenie del Santo Graal de la cual el historiador Henri Martin habla en estos términos, precisamente a propósito de las novelas de caballería, que son todavía otra de las grandes manifestaciones literarias del esoterismo medieval: «En el Titurel, la leyenda del Grial alcanza su última y espléndida transfiguración, bajo la influencia de ideas que Wolfram parecía haber recabado en Francia, y particularmente en los Templarios del mediodía de Francia. No es más en la isla de Bretaña, sino en Galia, en los confines de España, donde el Grial está custodiado. Un héroe llamado Titurel funda un templo para depositar en él el santo Vaso, y es el profeta Merlín quien dirige esa construcción misteriosa, iniciado como ha sido por José de Arimatea en persona en el plano del Templo por excelencia, es decir, el Templo de Salomón. La Caballería del Grial se transforma aquí en la Massenie, es decir, unos Constructores Libres ascéticos, cuyos miembros se llaman los Templistas, y se puede entender aquí la intención de religar a un centro común, representado por este Templo ideal, la Orden de los Templarios y las numerosas confraternidades de constructores empeñados en renovar la arquitectura de la edad media. Se entrevén en todo eso muchas aperturas sobre aquella que se podría llamar la historia subterránea de aquellos tiempos, mucho más complejos de lo que se cree generalmente… Lo que es muy curioso y de lo cual no se puede dudar, es de que la Franc-Masonería moderna se remonta de escalón en escalón hasta la Massenie du Saint Graal».

«Sería quizás imprudente adoptar de una manera demasiado exclusiva la opinión expresada en la última frase, porque los vínculos de la Masonería moderna con las organizaciones anteriores son, también ellos, extremadamente complejos; pero no está de menos bueno tenerla en cuenta, ya que en eso se puede ver al menos la indicación de uno de los orígenes reales de la Masonería. Todo ello puede ayudar a entender en una cierta medida los medios de transmisión de las doctrinas esotéricas a través de la edad media, así como la oscura filiación de las organizaciones iniciáticas en el curso de este mismo periodo, durante el cual fueron verdaderamente secretas en la más completa acepción de este término[8].

Artículo publicado con la autorización de su autor AMEDEO ZORZI.


[1] Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XII.

[2] La crisis del mundo moderno, cap. I.

[3] René Guénon, La gran Tríada, cap. XXI.

[4] El esoterismo de Dante, cap. II.

[5] Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compagnonnage, Editions Traditionnelles, 1965, Vol. II – pág. 122.

[6] Apreciaciones sobre el esoterismo islámico y el taoísmo, cap. VIII, Ed. Gallimard 1973.

[7] El esoterismo de Dante, cap. III.

[8] Ibid, cap. III.

Compartir:

Más artículos

¿QUÉ ES EL BUDISMO?

«La mente no piensa en ser reflejada, ni el agua piensa en reflejar.  Cuando te das cuenta de esto, ¿qué es lo que la mente

Declaración de principios

La Masonería es una institución esencialmente iniciática, progresiva, filosófica, filantrópica y progresista. Son sus principios: La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad; y su lema:

¿Desea contactarnos?