“¡Bienaventurados aquéllos pocos que se sientan a la mesa donde se come el pan de los ángeles, y míseros aquéllos que con las bestias tienen pasto común!
(…)
Así yo, que no me siento a la mesa bienaventurada, pero huyendo del pasto del vulgo, a los pies de los que en ella se sientan recojo lo que dejan caer”.[1]
El Solsticio de Invierno simboliza el punto más bajo del ciclo humano, su hora más oscura y, por lo tanto, el final de una fase descendente y el comienzo de la victoria de la luz sobre las tinieblas. Cada ciclo tiene su correlación en los distintos órdenes de la manifestación, así es que, por ejemplo, en un sentido microcósmico el hombre moderno, encontrándose en el final del Kali Yuga, última etapa del gran año cósmico o Manvantara[2], atraviesa desde su nacimiento un progresivo alejamiento que tendrá, sólo para los escogidos[3], un simbólico instante de detención en ese aparente continuo distanciamiento. Se trata de un instante en que el hombre tiene la oportunidad de reconocer en sí mismo su doble naturaleza, la individual y la divina, es decir, tomar conciencia de su estado de oscuridad precedente y de la posibilidad total ante la que se encuentra.
A propósito de esto, la palabra “solsticio” (sol quieto), refiere justamente al momento en el que el Sol llega a un instante de virtual detención antes de dar comienzo al nuevo ciclo. Este renacimiento que representa un aparente cambio de dirección, y que puede figurar el momento de su muerte, aplica del mismo modo al iniciado, que tras su juramento y consagración debe procurar hacer efectivo un verdadero cambio de mentalidad para retornar hacia la V\ L\ de la que no se ha alejado más que ilusoriamente.
Asimismo, la vía iniciática puede entenderse como etapas sucesivas (aunque no cronológicas) de introspección y esclarecimiento. Este recorrido, que implicará enfrentar periódicas pruebas, es perfectamente simbolizado por la sucesiva apertura de “puertas” análogas a las solsticiales. Desde este punto de vista, el Solsticio de Invierno simboliza un estado previo de ignorancia y la apertura inmediata a un nuevo conocimiento, sólo para quien deje de estar subordinado a la imaginación que lo proyecta al futuro y a la memoria que lo ata al pasado, pudiendo así situarse en el presente, en pleno uso sus auténticas potencias, y por eso se dice que el M\ Mas\ es hijo del instante[4].
Cabe aclarar que, pese a que las “tinieblas superiores” preceden a la luz como el silencio precede al trueno, la Puerta Solsticial frente a la cual nos encontramos ahora, no implica necesariamente una realización en el sentido más cabal del término debido a que somos aún iniciados virtuales. Por lo contrario, estamos en realidad en situación de dar un paso de la potencia al acto, es decir, de emprender la tarea de realizar efectivamente aquel conocimiento que hemos intuido[5] a lo largo del arduo y oscuro peregrinaje del ciclo precedente. Por largo tiempo, Cáncer signó nuestros TTrab\, siendo el depósito seguro de los gérmenes del ciclo venidero, pero la actual circunstancia límite, simbolizada en éste muy especial día de Capricornio, nos llama a cambiar de dirección, a abandonar el nivel y subir por la perpendicular, a dejar atrás la Puerta de los Hombres para abrir, resueltamente, la Puerta de los Dioses.
Esta celebración es un llamado del descanso al trabajo en la Gran Obra que es la vía iniciática masónica[6], pero ¿acaso los iniciados no estamos obligados a realizar nuestras labores las 24 horas del día? ¿Cómo podemos entonces hablar realmente de descanso? Asumamos una provisoria respuesta relacionando los dos Solsticios con los dos ciclos de nuestra jornada: la noche y el día, de manera que lo que se alterna sea la cualidad de los diferentes y complementarios trabajos que deben realizarse en ambos ciclos. A propósito de esto, podemos comenzar echando mano a la máxima benedictina “ora et labora”[7].
Ahora bien, en un sentido más elevado, todo ciclo debe hacernos también recordar que la Verdad es una, porque el Principio es uno. Este es uno de los aspectos que simboliza el tercer rostro de Jano, el del sentido de eternidad ante el cual todo se reduce a cenizas[8]. Bajo este aspecto podemos acordar que aquel que domine al guardián de las llaves y logre ubicarse efectivamente entre CCol\, estableciéndose así en la vía del medio, estará entonces liberado de los limitantes condicionamientos temporales y, para él, la sucesión se habrá vuelto simultaneidad porque morará por fin en el eterno presente. Quizá a esto se refiera principalmente el antiguo símbolo operativo del círculo con las dos tangentes. ¿Serán esos dos puntos opuestos de la circunferencia sendas puertas que mantienen regularmente y al alcance la salida definitiva del mundo de la ilusión? Si así fuera, deberíamos tomarnos muy a pecho la antigua obligatoriedad de realizar este ritual en este tan particular día.
Pero no pretendamos ahora estar tan cerca o tan lejos de semejante estado de beatitud y recordemos al apurar nuestros cañones, o al disparar nuestras baterías, que la alegría correspondiente a la celebración de esta auténtica festividad, también es un reflejo de aquel estado sublime, por lo que, además de disfrutarlo, obliguémonos a agradecerlo ya que ninguna migaja es pequeña si proviene del pan de los ángeles.
[1] Dante Alighieri, El Convivio, Tratado I, I
[2] Según la tradición hindú, cada Manvantara se compone de cuatro etapas de sucesivo oscurecimiento.
[3] Mateo XXII, 14, “muchos serán los llamados, pero pocos los escogidos”.
[4] R. Guénon, El simbolismo de la cruz, cap. VIII, “al estar identificado, por su propia unificación, a la unidad principial misma, ve la unidad en todas las cosas y todas las cosas en la unidad, en la absoluta simultaneidad del «eterno presente».”
[5] Se trata aquí de posibles destellos de intuición intelectual, y no del concepto moderno de intuición sensible; aunque en etapas iniciales la muy limitada cognición sentimental pudiera ocupar un lugar relativamente útil.
[6] Resulta interesante la analogía con la Gran Guerra Santa que en otras formas iniciáticas simboliza la lucha del hombre contra los enemigos que lleva en sí mismo. Cf. R. Guénon, El simbolismo de la cruz, cap. VIII.
[7] Fórmula que, en otros términos, bien puede trasponerse a contemplación y acción.
[8] Cf. R. Guénon, Símbolos de la ciencia sagrada, cap. XXXVII.