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La Gran Triada

Masonería Iniciática y Cristianismo Místico

Que el Padre Todopoderoso de Santidad, la sabiduría del glorioso Jesús
y por la gracia del Espíritu Santo, que son tres Personas en una Divinidad a la que imploramos esté con nosotros al comienzo y nos conceda la gracia de gobernarnos hacia Él aquí en esta vida mortal, de modo que podamos alcanzar su Reino que nunca tendrá fin.
Amén.1

En medio de la creciente desorientación que caracteriza al mundo moderno –ese «Reino de la Cantidad» del que nos advirtiera René Guénon–, la búsqueda de puntos de referencia estables y de una auténtica realización espiritual se torna más imperativa que nunca. Para quienes hemos sido llamados a golpear a las puertas del Templo, la Masonería Iniciática se presenta como una Vía fundada en la Tradición y orientada hacia la consecución de la Verdadera Luz. El propósito de este trazado es explorar las profundas raíces de nuestra Augusta Orden dentro del tronco de la Tradición Abrahámica y Occidental, reconociendo su diálogo y complementariedad con otras corrientes sapienciales, particularmente con la dimensión interna y experiencial del Cristianismo y su Vía Mística. Lejos de ser una invención moderna y aislada, argumentaremos, desde la perspectiva tradicional que inspira a nuestra
Res:. Log:. La Gran Tríada, que la Masonería regular y el Cristianismo Místico representan dos ejes fundamentales y potencialmente complementarios para la realización espiritual del hombre occidental. Comprender esta genealogía espiritual nos permite valorar en su justa medida la riqueza de nuestros símbolos y la eficacia de nuestros Ritos como vehículos de la influencia espiritual del G:. A:. D:. U:..

Principios Inmutables: Tradición, Iniciación y la Ciencia Sagrada del Símbolo.

La Tradición Primordial, fuente de todo conocimiento verdadero, se encuentra en el corazón de cada civilización tradicional. Esta Sabiduría perenne, de origen supra-humano, no es un conjunto de costumbres, sino el depósito de la Verdad única. La Tradición se adapta y se expresa en diversas formas tradicionales a lo largo de la historia debido a las condiciones cíclicas y humanas, cada una reflejando los mismos principios universales. La Tradición tiene dos dimensiones: el Exoterismo, que abarca aspectos religiosos, morales y sociales, y el Esoterismo, que representa la doctrina metafísica pura y el camino hacia el Conocimiento directo.

El acceso al Esoterismo se obtiene a través de la Iniciación, un Rito operativo que transmite una influencia espiritual y conecta al iniciado con una cadena iniciática tradicional que se remonta a la Tradición Primordial. La Iniciación otorga una cualificación espiritual que permite el trabajo interior en el orden del Conocimiento y la realización metafísica, marcando el comienzo del camino de retorno al Principio.

El lenguaje simbólico, esencial para comunicar la Tradición, especialmente en su aspecto esotérico, permite expresar realidades superiores de forma sintética y multivalente. Los símbolos actúan como herramientas para la meditación y la intelección espiritual, conectando lo sensible con lo inteligible. La «Ciencia Sagrada» es el arte y la disciplina de interpretar correctamente el simbolismo tradicional, como la Escuadra, el Compás, la Luz, la Piedra y el Templo. Comprender el significado profundo de estos símbolos tradicionales requiere tanto rigor intelectual como apertura a la intuición espiritual iluminada por la Iniciación.

El Carácter Esencialmente Esotérico Del Cristianismo Primitivo

Lejos de ser la religión exotérica que conocemos hoy en día, según el Q∴ H∴ Guénon, el Cristianismo en sus orígenes poseía un carácter esencialmente esotérico e iniciático, tanto en sus ritos como en su doctrina2. Esta aseveración no es una mera especulación, sino una conclusión que se deduce del análisis de las fuentes tradicionales y de la propia estructura del mensaje cristiano en sus primeros siglos.

Hallamos un eco de esta naturaleza iniciática en la perspectiva islámica, que considera al Cristianismo primitivo como una tarîqah, es decir, una vía iniciática, y no como una sharia, una legislación social dirigida a todos3. Esta distinción es crucial, pues revela que la preocupación primordial de los primeros seguidores de Cristo no era la organización de una sociedad civil bajo preceptos legales, sino la transmisión de un método de realización espiritual reservado a aquellos que poseían las cualificaciones necesarias para recibir la iniciación. La posterior constitución de un derecho canónico, adaptado del antiguo derecho romano, surgió como una necesidad para suplir esta carencia de una legislación social inherente al Cristianismo primitivo.

Resulta significativo observar la ausencia de prescripciones de carácter verdaderamente legal en el Evangelio. La célebre frase «Dad al César lo que es del César» implica una aceptación formal de una legislación externa a la tradición cristiana para todo lo concerniente al orden exterior. Esta «laguna», inexplicable en una tradición ortodoxa destinada primordialmente al dominio exotérico, se comprende perfectamente si el Cristianismo primitivo tenía un carácter esotérico, absteniéndose intencionadamente de intervenir en un dominio que, por definición, no le concernía en tales condiciones.

Para que esto fuera posible, la Iglesia cristiana en sus inicios debió constituir una organización cerrada o reservada, donde la admisión no era indiscriminada, sino limitada a aquellos capaces de recibir válidamente la iniciación bajo la forma que podríamos denominar «crística». Esta estructura guarda similitudes con el Sangha búdica, donde la admisión también revestía caracteres de una verdadera iniciación.

No obstante, este carácter esotérico no fue constante. Guénon argumenta que el Cristianismo experimentó una transición hacia el dominio exotérico, transformándose en una religión accesible para todos. Este cambio, que Guénon interpreta como «providencial» para prevenir la degeneración total de Occidente ante el declive de las tradiciones anteriores, se habría materializado en la época de Constantino y del Concilio de Nicea. Este período marcó el comienzo de las formulaciones dogmáticas destinadas a una presentación puramente exotérica de la doctrina.

Guénon argumenta que el Cristianismo dejó de ser iniciático, pero su vertiente esotérica gnóstica persistió en ciertas organizaciones de la Edad Media, reservada para una élite. Entre estas organizaciones, Guénon destaca la Orden del Temple, los Fieles de Amor y la Caballería del Santo Grial, como guardianas y transmisoras de la sabiduría y los métodos del esoterismo cristiano. Estas órdenes, a pesar de su aparente desaparición o transformación, habrían preservado en su seno la tradición iniciática cristiana, perpetuando así la posibilidad de un acceso a un conocimiento más profundo y espiritual para aquellos que estuvieran preparados para recibirlo.

La Orden del Temple, fundada en el siglo XII, fue una orden militar y religiosa que desempeñó un papel crucial en las Cruzadas. Sin embargo, Guénon sostiene que su función iba más allá de la mera defensa de los Santos Lugares, y que en realidad albergaba una dimensión esotérica y gnóstica que se manifestaba en sus rituales y enseñanzas secretas.

Los Fieles de Amor, por su parte, eran una organización Iniciática que floreció en el siglo XIII y que se caracterizaba por su búsqueda de la unión mística con Dios a través del amor. Guénon los consideraba herederos de la tradición cátara y gnóstica, y veía en ellos una expresión del esoterismo cristiano en su forma más pura.

Finalmente, la Caballería del Santo Grial, aunque envuelta en el mito y la leyenda, representaba para Guénon la búsqueda de la perfección espiritual y la unión con lo divino. Esta búsqueda, según él, se realizaba a través de un camino iniciático que implicaba la superación de pruebas y la adquisición de conocimientos metafísicos.

Estas organizaciones, aunque vinculadas exteriormente a la forma religiosa del catolicismo romano, habrían conservado un conocimiento más profundo de las doctrinas metafísicas y los métodos de realización espiritual. La estrecha similitud entre el simbolismo del Santo Grial y el de los Guardianes de la Tierra Santa, función atribuida particularmente a los Templarios, sugiere la existencia de una iniciación «caballeresca» vinculada a la conservación y transmisión de la tradición primordial.

La Vía del Corazón: El Cristianismo Místico y la Búsqueda de la Unión.

Dentro del Cristianismo, más allá de su estructura exotérica, palpita una corriente viva orientada a la experiencia directa y transformadora de lo Divino: el Cristianismo Místico. No se trata de una doctrina separada, sino de la realización experimental y profunda de las verdades centrales de la fe. Figuras cumbre como San Juan de la Cruz nos describen, con alegorías de una precisión iniciática, la «subida del alma» hacia la unión con Dios: un camino de purificación activa y pasiva –la «Noche Oscura»– necesario para despojarse de lo ilusorio y permitir que la Luz Divina inunde al ser. ¿No es acaso este ascenso una poderosa imagen de nuestro propio trabajo masónico de desbastar la Piedra Bruta y pulir hasta que pueda reflejar la Luz del G:. A:. D:. U:..? Esta aspiración a convertirse en un reflejo de lo Divino, en un canal transparente para la manifestación de la Gracia o la Luz, encuentra expresiones conmovedoras en la oración contemplativa. Consideremos, QQ:. HH:., esta profunda oración atribuida al Cardenal John Henry Newman, que bien podría suscribir un Masón consciente de su vocación:

«Oración para irradiar a Cristo»

Amado Señor,

ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.

Inunda mi alma de espíritu y vida.

Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto

que toda mi vida solo sea una emanación de la tuya.

Brilla a través de mí, y mora en mí de tal manera

que todas las almas que entren en contacto conmigo

puedan sentir tu presencia en mi alma.

Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor.

Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú;

a brillar para servir de luz a los demás a través de mí.

La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí;

serás Tú quien ilumine a los demás a través de mí.

Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta,

brillando para quienes me rodean.

Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo,

por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago,

por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón.

Amén.

Meditemos en la profunda resonancia de estas palabras con nuestros propios ideales y símbolos masónicos: el deseo de «esparcir fragancia» o irradiar Virtud; la aspiración a que la Luz del G:. A:. D:. U:. «brille a través de nosotros»; la meta de que los demás vean no nuestro yo profano, sino el reflejo del Principio; el deber de «servir de luz a los demás», iluminando a nuestros Hermanos; y la convicción de que la verdadera enseñanza se da «no con palabras sino con el ejemplo», con la «fuerza contagiosa» de una vida recta y consagrada al bien. Es el ideal del Masón realizado: un espejo pulido que refleja la Luz recibida.

Esta actitud de vaciamiento interior para ser llenado por lo Alto, esta búsqueda de la quietud donde la Verdad puede manifestarse, no es patrimonio exclusivo de una sola tradición. Encuentra un notable paralelo, por ejemplo, en la práctica del Zazen del Budismo Zen. El Zazen, la meditación sentado en profunda atención y silencio, busca aquietar el flujo incesante del pensamiento y las emociones para permitir que la conciencia trascienda el ego ilusorio y experimente directamente la «Naturaleza Búdica» o realidad última. Tanto la oración contemplativa mística como el Zazen, más allá de sus marcos doctrinales distintos, apuntan a una disciplina interior similar: aquietar la mente profana y el yo inferior para permitir que la Luz esencial –llámese Dios, G:. A:. D:. U:., Nirvana o Naturaleza Búdica– se manifieste a través del individuo purificado y centrado. Esto nos recuerda la universalidad de ciertos métodos espirituales en la búsqueda de la realización.

Esoterismo Cristiano, Órdenes Medievales y la Filiación Joanita.

Más allá de la vía experiencial de la Mística, la perspectiva tradicionalista, tal como la articula René Guénon, postula la existencia de un Esoterismo Cristiano doctrinal y transmitido iniciáticamente, aunque su manifestación histórica haya sido a menudo discreta o fragmentaria. Este esoterismo representaría el núcleo intelectual y metafísico de la tradición cristiana.

Se ha sugerido que ciertas órdenes medievales, tanto religiosas como caballerescas, pudieron servir como vehículos para la conservación y transmisión de este esoterismo. Entre ellas, los Caballeros Templarios ocupan un lugar preeminente en esta línea de pensamiento. La Tradición esotérica les atribuye haber custodiado conocimientos profundos, y su abrupta disolución no habría extinguido su influencia espiritual, la cual habría buscado otros canales para perpetuarse. Es aquí donde la perspectiva tradicionalista contempla una posible filiación o transmisión de influencia desde remanentes de estas órdenes disueltas, particularmente templarias, hacia las estructuras emergentes de la Masonería, especialmente en sistemas de Altos Grados como nuestro Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Esta filiación explicaría la presencia de ciertos símbolos y aspiraciones caballerescas y esotéricas en la Masonería, complementando la herencia directa del gremio operativo.

Para comprender la naturaleza de esta posible filiación y la función de la Masonería, es fundamental el simbolismo de San Pedro y San Juan. En la exégesis esotérica: Pedro representa la función exotérica (autoridad institucional, Ley visible) y Juan (especialmente el Evangelista) representa la función esotérica (contemplación, conocimiento interior, Amor).

El hecho de que la Masonería se coloque bajo el patrocinio de San Juan (celebrando sus fiestas en los Solsticios) indica simbólicamente su alineación con la vía interior, contemplativa y esotérica. Señala su función primordial como organización iniciática dedicada al desarrollo espiritual, más que al gobierno religioso externo.

El Arte Real de la Construcción: La Masonería como Depositaria y Vivificadora del Simbolismo Tradicional.

Nuestra Masonería Iniciática hunde sus raíces simbólicas en el arte de la Construcción, considerado por Guénon como uno de los vehículos tradicionales más importantes y universales. Los antiguos documentos operativos atestiguan esta conexión. El Manuscrito Regius (ca. 1390) es uno de los más elocuentes. Para ilustrar el contexto histórico-espiritual del que emergió nuestra Orden, compartimos en anexo un fragmento relevante que muestra la profunda vinculación cristiana de aquellos constructores medievales

Este fragmento muestra claramente que las antiguas guildas estaban profundamente arraigadas a la fe cristiana. Sin embargo, la genialidad de la Masonería Especulativa posterior fue su habilidad para trascender este marco confesional específico, manteniendo la estructura iniciática, el método simbólico y la ética del trabajo, pero aplicándolos a la construcción del Templo Interior de cada individuo y al servicio de principios universales bajo la invocación del G:. A:. D:. U:.. La Masonería heredó el símbolo y el método, pero amplió su aplicación a una fraternidad universal.

Una Perspectiva Tradicional Complementaria en el Occidente Contemporáneo

Desde una perspectiva estrictamente tradicional, y considerando el estado actual del ciclo occidental, la Masonería –en sus ramas regulares y fieles a los Landmarks– se presenta como una de las pocas organizaciones iniciáticas aún operativas y accesibles en Occidente. Su carácter supra-confesional, centrado en la invocación al G:. A:. D:. U:., le confiere una universalidad potencial. No obstante, como Guénon mismo señaló, una vía iniciática como la Masonería encuentra su marco natural y su plena eficacia cuando se articula con la forma tradicional exotérica propia de la civilización en la que se inserta. En Occidente, esta forma es históricamente el Cristianismo.

Lejos de ser caminos opuestos, la Masonería Iniciática y la Vía Mística del Cristianismo (tanto Esotérica como Exotérica) pueden verse como vías complementarias. La Masonería proporcionaría un método de iniciación, una estructura ritual y un lenguaje simbólico operativo, mientras que la Vía Mística Cristiana aportaría la doctrina metafísica, un camino experiencial del corazón y el marco devocional específico para aquellos que se sientan inclinados espiritualmente a ello. Combinadas, podrían reconstruir una vía tradicional más completa para el hombre occidental, similar a la articulación entre exoterismo y esoterismo (Sharia y Tasawuff) que se observa en el Islam.

Esta complementariedad no implica sincretismo ni confusión, sino el reconocimiento de funciones distintas pero armonizables dentro de un mismo orden tradicional, ofreciendo un camino íntegro frente a las desviaciones de la pseudo-iniciación y la contra-tradición tan prevalentes hoy.

Conclusión

Nuestra Augusta Orden Masónica, defensora de la sabiduría y la tradición, se erige como un Arca de valor incalculable que navega por los mares agitados de la modernidad. En su interior, protege diligentemente los símbolos sagrados y la influencia espiritual, elementos cruciales para restablecer una perspectiva verdaderamente tradicional, arraigada en los principios eternos que han guiado a la humanidad desde siempre.

El reconocimiento de sus profundas raíces, evidenciado en antiguos documentos como el Manuscrito Regius, y la exploración de su posible filiación con corrientes esotéricas ancestrales, no hacen sino enriquecer su legado y realzar su importancia en el contexto actual. Además, la complementariedad de la Masonería con la Vía Mística del Cristianismo, con su énfasis en la experiencia directa de lo divino y la transformación interior, abre un horizonte de comprensión más amplio y profundo para el buscador sincero.

Que nuestros trabajos en Logia, guiados por la luz inextinguible de los principios inmutables y la sabiduría simbólica de la Ciencia Sagrada, nos permitan edificar nuestro Templo Interior, esa morada espiritual donde la Verdad, la Belleza y la Bondad se manifiestan en plenitud. Que cada paso que demos en el Sendero Iniciático nos acerque a la realización de la Gran Obra, esa alquimia espiritual que transmuta el plomo de la ignorancia en el oro de la sabiduría.

Que cada uno de nosotros, como iniciados conscientes y activos, podamos aspirar a convertirnos en un verdadero puente entre el Cielo y la Tierra, reflejando en nuestras vidas la armonía de esa «Gran Tríada» que da nombre e inspiración a nuestros trabajos. Que la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza, atributos divinos que guían nuestros trabajos, se manifiesten en cada uno de nuestros actos, para que podamos contribuir, con humildad y perseverancia, a la construcción de un mundo más justo, fraterno y solidario, donde reine la paz y la concordia entre todos los seres humanos.


Anexo

Extracto del Manuscrito Regius (circa 1390)

Ahora, mis queridos hijos, tened buen espíritu
Para apartar el orgullo y la codicia,
Y aplicaos a bien juzgar,
Y a bien conducíos, allá donde estéis.
Os pido ahora mucha atención,
Pues esto debéis saber,
Pero mucho mejor aún
Que como aquí está escrito.
Si para ello te falta inteligencia,
Pide a Dios que te la conceda;
Pues el mismo Cristo nos enseña
Que la santa iglesia es la casa de Dios,
Y no para otra cosa está hecha
Sino para orar, como la Escritura nos dice;
Es allí donde el pueblo debe congregarse
Para orar y llorar sus pecados.

Trata de no llegar tarde a la iglesia,
Por haber tenido en la puerta palabras libertinas;
Cuando a ella estés en camino
Ten en la mente en todo instante
Venerar a tu señor Dios día y noche,
Con todo tu espíritu, y toda tu fuerza.
Al llegar a la puerta de la iglesia
Tomarás un poco de agua bendita,
Pues cada gota que toques
Limpiará un pecado venial, sábelo cierto.

Pero antes debes descubrir tu cabeza,
Por el amor de aquel que murió en la cruz.
Cuando entres en la iglesia,
Eleva hacia Cristo tu corazón;
Alza entonces los ojos a la cruz,
Y arrodíllate sobre las dos rodillas;
Ora entonces para que Él te ayude a obrar
Según la ley de la santa iglesia,
Y a guardar los diez mandamientos
Que Dios a todos los hombres legó.

Y ruégale con voz dulce
Que te libre de los siete pecados,
A fin de que en esta vida puedas
Mantenerte lejos de preocupaciones y querellas;
Y que te dé además la gracia
Para un lugar encontrar en la beatitud del cielo.
En la santa iglesia abandona las palabras frívolas
Del lenguaje lascivo, y las bromas obscenas,
Y deja de lado toda vanidad,
Y di tu Padre Nuestro y tu Ave María;
Vigila de no hacer ruido,
Mas estate siempre en oración;

Pero si no quieres rezar,
No molestes al prójimo de ninguna manera.
En este lugar no estés ni de pie ni sentado,
Sino en el suelo bien arrodillado,
Y cuando se lea el Evangelio,
Álzate, sin apoyarte en los muros,
Y persígnate si sabes hacerlo
Cuando se entone el Gloria Tibi;
Y cuando acabe la lectura,
De nuevo puedes arrodillarte,
Y caer sobre tus dos rodillas,
Por amor a quien a todos nos ha redimido;

Y cuando oigas sonar la campana
Que anuncia el santo sacramento,
Debéis arrodillaos, jóvenes y viejos,
Y elevar las manos al cielo,
Para entonces decir en esta actitud,
En voz baja y sin hacer ruido:
«Señor Jesús, sé bienvenido,
En forma de pan, como te veo,
Ahora Jesús, por tu santo nombre,
Protégeme del pecado y de la culpa;
Dame la absolución y la comunión,
Antes de que me vaya de aquí,
Y sincero me arrepiento de mis pecados,
A fin, Señor, de que jamás muera en este estado;
Y tú, que de una virgen has nacido,
No sufras porque me haya perdido;
Mas cuando de este mundo haya partido,
Otórgame la beatitud sin fin;
¡Amén! ¡Amén! ¡Así sea!
Y ahora, dulce dama, orad por mí».

He aquí lo que has de decir, o algo parecido,
Cuando te arrodilles ante el sacramento.
Si buscas tu bien, no ahorres nada
Para venerar a quien todo lo ha creado;
Pues para un hombre es un día de alegría,
Que una vez ese día pueda verle;
Es algo tan precioso, en verdad,
Que nadie puede ponerle precio,
Pues tanto bien hace esta visión.
Como dijo san Agustín muy justamente,
El día en que veas el cuerpo de Dios,
Poseerás estas cosas, con toda seguridad:
Comer y beber lo suficiente,
Nada ese día te faltará;
Los juramentos y vanas palabras,
Dios también te perdonará;
La muerte sufrida ese mismo día
En absoluto la has de temer;
Y tampoco ese día, te lo prometo,
Perderás la vista;


  1.  Manuscrito Dumfries n° 4 (1710 ca.) – PLEGARIA DE ENTRADA ↩︎
  2. Guénon, R. (2004). Apercepciones Sobre El Esoterismo Cristiano. (Capítulo II: Cristianismo e Iniciación). Obelisco. ↩︎
  3. Ibíd ↩︎

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