Quiero comenzar este artículo expresando desde ya que el fin último de todo el trabajo iniciático es la realización metafísica, y a su vez, que ésta consiste esencialmente en la identificación por el conocimiento.[1]
También deseo señalar, si bien luego trataré de explicarlo con un mayor detenimiento, que aquello que nos impide el conocimiento de nosotros mismos, es nuestra propia mente. En consecuencia, nuestra tarea debe consistir entonces en superar los escollos que nos genera la ilusión creada por nuestra propia mente. Y digámoslo intentando ser bien claros: la única forma de superar dichos escollos es mediante la demolición de esa enorme y aparentemente sólida pared que nos construimos todo el tiempo nosotros mismos, en la medida en que damos curso a nuestros sentimientos y a un mal empleo de nuestra razón. Creemos vivir en la Realidad cuando en verdad vivimos en la ilusión de lo real y en la medida en que tomamos lo irreal por lo real permanecemos así en la ignorancia.
Por eso, nuestro trabajo concreto hacia la realización metafísica deberá consistir en encontrar cómo lograr destruir la ilusión en que vivimos para así percibir la Realidad de lo que verdaderamente somos y no el individuo limitado que creemos ser; tarea sobre la que trataré de esbozar algunas pautas a continuación.
Recordemos entonces en primer lugar que según las enseñanzas tradicionales es posible reconocer en la constitución del hombre tres cuerpos o planos: el físico, el psíquico y el espiritual y a su vez éstos vincularlos con los sentidos y los sentimientos, con la razón y con lo que Aristóteles denominaba el intelecto superior y que nosotros, siguiendo los trabajos de René Guénon, llamamos la “intuición intelectual”.
También tengamos presente que las verdades metafísicas, que son aquellas que en definitiva debemos procurar alcanzar, no pueden ser concebidas sino metafísicamente mediante esa “intuición intelectual”, que es una facultad que no pertenece al orden individual sino al supra-individual y a su vez es supra-racional, es decir que está por encima de cualquier facultad discursiva como la razón humana individual. Asimismo el carácter “inmediato” de la “intuición intelectual” es el que le permite poseer inmediatamente el conocimiento de los principios de orden universal. Como enseña Aristóteles en sus “Últimos analíticos” y cita Guénon, “nada es más verdadero que el intelecto”, porque la acción del intelecto (léase “intuición intelectual”) es inmediata e infalible ya que, al no diferenciarse de su objeto, forma uno con la misma verdad.[2]
Hechas estas referencias introductorias debemos aclarar ahora que si bien en un momento ulterior precisaremos hacer uso de nuestra “intuición intelectual” para procurar alcanzar la realización metafísica, no debemos por ello renegar de las posibilidades que tanto el trabajo sobre el plano de los sentidos y los sentimientos como luego en el de la razón, aquéllas pueden proporcionarnos, para posteriormente como hemos dicho, intentar “trabajar de lleno” en el ámbito espiritual, que en definitiva, es el verdadero dominio iniciático.
Y es en lo que hace al trabajo sobre los sentidos y afectos donde ahora quiero detenerme.
Sin duda, son estos sentidos y sentimientos los que recordamos en el primero de los viajes de la ceremonia de Iniciación y durante la cual somos llamados a enfrentarlos y vencerlos, lo que nos permite advertir, que es ésta la primera batalla que debemos dar dentro de nosotros mismos si queremos recorrer en la forma debida toda la Vía Iniciática que nos brinda la Masonería.
El conocido símbolo de la piedra bruta a ser desbastada es otra manera de evocarnos la acción que debemos realizar continuamente en nosotros y también la imagen del estado de la piedra en su condición de “bruta”, “grosera”, “tosca”, sirve para recordarnos cuán lejos estamos aún de la realización metafísica a la cual debemos dirigir todo nuestro ser.
Sin perjuicio de ello, el trabajo que podemos hacer sobre nuestros sentidos y sentimientos, según la enseñanza de las doctrinas tradicionales, nos posibilitará paulatinamente irnos liberando de toda esclavitud o limitación de nuestra conciencia. Y con relación a esto, debemos tener presente que esa limitación es la que continuamente consolidamos a través de nuestra identificación con el cuerpo físico, con la percepción sensorial, con las emociones y sentimientos e incluso con las ideas e ideales. Por lo tanto, si lográramos destruir estas limitaciones convertiríamos nuestra conciencia individual en una conciencia ilimitada, una conciencia donde el horizonte se podría expandir hasta el Infinito.
Es por eso que se dice que la sabiduría no consiste en adquirir conocimientos, sino más bien en deshacer errores.
De esta manera, la verdadera sabiduría nos permite alcanzar la liberación de la individualidad porque significa la liberación de los límites de nuestra conciencia limitada.
Según se expone en la doctrina Vedanta Advaita, considerar lo irreal como real es la ignorancia (avidya). Quien se da cuenta de que lo cambiante es irreal no se aferra a ello y puede mantenerse en la serena actitud del sabio: permanece en el centro de la rueda mientras todo -es decir “el mundo de las pasiones”- gira a su alrededor.
Leemos en la Chandogya Upanishad que “Lo que se llama Absoluto (Brahman) es ese espacio que es exterior al hombre, pero ese espacio que es exterior al hombre es el mismo que está en el interior del hombre”[3]. De este modo comprobamos que si lo interior, nuestra conciencia, aquello con lo que nos conectamos al adentrarnos en nosotros mismos, es exactamente lo que está en el exterior, significa que no existe ni interior ni exterior, sino que somos nosotros los que estamos mirando desde una cierta perspectiva mental y es así como vemos un exterior o un interior. En consecuencia, si lográramos prescindir de esa perspectiva, quizás logremos comprobar que en verdad no existe ese interior y exterior.
Este camino que empezamos a recorrer dentro de la Masonería el día de nuestra Iniciación debe comenzar por una “demolición”; término a utilizar si la tarea la miramos desde afuera, con nuestros ojos proyectados hacia el mundo de la multiplicidad, pero que si lo miramos desde adentro, con los ojos dirigidos a una visión unificadora (“con el ojo del corazón” según se lo llama en el esoterismo islámico)[4], comprobaremos que en verdad no existe tal demolición, ya que nada desaparece, nada se destruye. Lo real fue siempre y lo que apareció o desapareció era ilusorio.[5]
Pero visto desde lo múltiple, el camino de la búsqueda de la realidad conduce a ir eliminando, a ir olvidando, porque se van cayendo por sí mismos prejuicios, ilusiones, falsedades, errores, conceptos, teorías y falsos dogmas. Todo ello es relativo al punto de vista desde donde nos situamos. Por eso la falsedad se genera al ver lo relativo como absoluto. Y nuestro trabajo iniciático entonces debe consistir en tratar de advertir permanentemente, utilizando nuestra “regla de 24 pulgadas” para las 24 horas del día, que todo este mundo es ilusión. Como dice: “¿Qué es la vida de los mortales sino una especie de comedia? Cada actor aparece con su diferente máscara, representa su papel, hasta que el director de escena le manda retirarse.”[6]
Ahora bien, para este trabajo iniciático al cual estamos haciendo alusión en cuanto a su primera etapa, la Masonería nos brinda una de las más grandes ayudas con que podemos contar, nuestra Logia. Sabemos que en la Masonería no hay maestros individuales, directores espirituales o gurúes; que es la Logia toda el Maestro exterior que a cada uno de nosotros nos enseña en la medida en que nos hacemos receptivos a recibir la enseñanza. Y el Taller está conformado por todos los Hermanos que lo integran. Por ende, es en todos nuestros QQ:.HH:. donde encontramos la mejor asistencia que podemos hallar para la labor que queremos realizar en nosotros mismos. Así, cada vez que la Logia o un Q:.H:. nos señala con la palabra, con la mirada, el gesto corporal, o el silencio, algo referente a nuestra actitud, debemos considerarnos sumamente dichosos de poder contar con esa ayuda, ya que ese Q:.H:. se transforma en fiel espejo de aquello sobre lo que nosotros debemos trabajar, de cada porción mayor o menor de nuestra “piedra bruta” que es necesario que desbastemos. Como solemos recordar frecuentemente esa iluminadora máxima sufí que expresa: “Los Hermanos son espías de los corazones”.
Por eso, cada vez que una actividad del Taller nos llama a participar, es una posibilidad que se nos ofrece para que aprovechemos a “conocernos a nosotros mismos”, para llevar a cabo una “vida tradicional”, una vida orientada a la búsqueda de la realización espiritual.
En cada tenida ritual, en cada reunión con nuestros Hermanos, se nos brinda también una posibilidad de “profundizar” en la medida de la intención que pongamos en ello, en el necesario “despojo de nuestros metales”; en el aprendizaje del desapego a los frutos de nuestros actos, que en definitiva es el aprendizaje de la demolición de la carga negativa que generan nuestros sentidos y sentimientos; ese lastre que continuamente nos está impidiendo posicionarnos en el centro de la rueda y ver la realidad con “el ojo del corazón”.
Luego por supuesto vendrá el trabajo sobre nuestra razón y finalmente aquel necesario para dar lugar a nuestra “intuición intelectual”, que como decíamos al comienzo, es lo que nos permitirá alguna vez, quizás, alcanzar la realización metafísica; pero como en toda obra, debemos comenzar por colocar los cimientos, y en nuestro caso esos cimientos están dados por nuestro trabajo sobre nuestros sentidos y afectos y para el que siempre, como hemos dicho antes, contamos con la ayuda de todos nuestros Queridos Hermanos.
[1] Cfr. René Guénon, Introducción al estudio de las doctrinas hindúes, III parte, Cap. XII, edit. Losada, Bs. As., 2004, pág. 232.
[2] Introducción…, II parte, Cap. V, pág. 99.
[3] Chand. Up., III, 13. 7
[4] “aynul-qalb” según refiere René Guénon en “Los límites de lo mental”, Cap. XXXII de Apreciaciones sobre la Iniciación”.
[5] “No hay disolución ni creación. Nadie está esclavizado ni nadie lucha por salvarse. No hay aspirante a la liberación ni liberado. Esta es la verdad suprema”, Karika de Gaudapâda, Nº 32.
[6] Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, § 29, Alianza editorial, Madrid, 1984, pág. 69.