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La Gran Triada

SAṂSĀRA: UN VIAJE A TRAVÉS DE LA RUEDA DE LA VIDA

El apego es la raíz del sufrimiento.
El desapego es el camino hacia la liberación.

En el corazón de la India antigua, donde la sabiduría ancestral floreció como el loto en el estanque sagrado, surgió un concepto que trascendió el tiempo y las culturas: Sasāra[i], término sánscrito que evoca la imagen de un río que fluye sin cesar, representa el ciclo interminable de nacimiento, vida, muerte y renacimiento. Es la rueda de la existencia y el devenir, donde las almas vagan de una vida a otra, atrapadas en la red del karma y la ilusión.

Los antiguos Rishis, los sabios iluminados de la India, observaron la naturaleza cíclica del universo y la condición humana. Notaron que la vida se asemejaba a una rueda que gira sin cesar, donde cada nacimiento es seguido por la muerte, y cada muerte da paso a un nuevo nacimiento. Así como las estaciones cambian y los días se suceden, los seres también están sujetos a esta ley de transformación constante. El alma, como una gota de agua en el océano cósmico, se embarca en un viaje a través de innumerables vidas, buscando la liberación del sufrimiento y la unión con la divinidad. El término Sasāra no solo describe el ciclo de renacimiento, sino también el mundo de la ilusión[1] y el apego que nos mantiene atados a esta rueda. Es el reino de los deseos, las pasiones y las emociones que nos impiden ver la verdadera naturaleza de la realidad.

Los antiguos textos de la India, como los Upanishads y el Bhagavad Gita, revelan la naturaleza ilusoria del Sasāra y la necesidad de trascenderlo para alcanzar la liberación. Nos invitan a despertar del sueño de la ignorancia y a reconocer nuestra verdadera identidad, eterna, o Brahman, la realidad última.

Sasāra no es un concepto pesimista, sino una invitación a la reflexión y al autoconocimiento. Nos recuerda que la vida es un viaje, donde cada experiencia, ya sea placentera o dolorosa, nos brinda la oportunidad de crecer y acercarnos a conocer la Realidad. Al comprender la naturaleza del Sasāra, podemos liberarnos del miedo a la muerte y el apego a la vida. Podemos aprender a vivir con desapego, aceptando los cambios y las impermanencias que tanto nos afectan. Los sabios afirman que como el río fluye hacia el océano, nuestra alma también está destinada a regresar a su fuente original. Al trascender el Saṃsāra, podemos alcanzar la identidad suprema.

En la iconografía del Sasāra, la rueda central muestra los tres venenos—el gallo (deseo), la serpiente (odio) y el cerdo (ignorancia)—que impulsan el ciclo de renacimientos. Alrededor, un anillo ilustra el karma, con seres ascendiendo hacia mejores estados o cayendo en existencias inferiores. Más allá, seis reinos reflejan las posibles reencarnaciones: los dioses, envueltos en placeres efímeros; los semidioses, atrapados en la envidia y la lucha; los humanos, con la oportunidad única de alcanzar la iluminación; los animales, limitados por la ignorancia instintiva; los espíritus hambrientos, consumidos por deseos insaciables; y los infiernos, donde el sufrimiento purga malas acciones. Quien sostiene la rueda del Sasāra es Yama[2], el señor de la muerte y el juez del karma en la tradición budista e hinduista. Su imagen suele ser la de un ser demoníaco con colmillos, ojos saltones y una corona de calaveras, representando la impermanencia y el poder del tiempo. Sus grandes manos y pies aprisionan la rueda, simbolizando que todos los seres quedan atrapados en el ciclo del nacimiento y la muerte mientras estén sujetos a la ignorancia y el apego. En el hinduismo, Yama es la deidad de la muerte y el dharma, quien juzga las almas tras la muerte y decide su próximo renacimiento según su karma. En el budismo tibetano, no es un ser absoluto ni un castigo divino, sino la personificación de la ley kármica y la transitoriedad de la existencia. Su corona de calaveras alude a la naturaleza efímera de la vida, mientras que su postura dominante sobre la rueda refuerza la idea de que nadie escapa al ciclo sin el conocimiento liberador del Dharma. A veces, en la parte superior de la rueda, aparece un Buda señalando fuera del círculo, indicando que, aunque Yama sostiene el Saṃsāra, la liberación es posible a través del despertar y la cesación del deseo, la aversión y la ignorancia.

EL VIAJE DE LA CONCIENCIA
UN DESCENSO A TRAVÉS DE LAS 12 NIDANAS
[ii]

En el tapiz del pensamiento hindú, los Doce Nidanas representan los eslabones inquebrantables de la cadena de la originación dependiente[3], el mecanismo inexorable que ata a los seres al ciclo del saṃsāra. Concebidos en la tradición del budismo temprano pero enraizados en doctrinas prevédicas sobre el destino y la causalidad, estos doce factores explican cómo la ignorancia o avidyā engendra actos kármicos o saṃskāra, que a su vez condicionan la conciencia vijñāna, y así sucesivamente hasta desembocar en la vejez y la muerte o jarāmaraṇa. Sus huellas se encuentran en los Upanishads más antiguos, donde la interconexión de causa y efecto era ya intuida como la fuerza oculta detrás del cosmos. Con el tiempo, el Buda refinaría esta doctrina en los discursos del Sutta Pitaka[iii], mostrando que no hay un yo fijo, solo un engranaje de procesos que se perpetúan hasta que la comprensión profunda[4] (prajñā) rompe el ciclo. Como un gobernante que descubre las fuerzas invisibles que lo encadenan a intrigas y conspiraciones, aquel que ve la estructura de los Nidanas puede desmantelarla, liberándose del dominio de la existencia compulsiva.

1. En la primera casa, la más oscura, reside Avidya, la ignorancia primordial. No es simplemente la falta de conocimiento, sino una ceguera más profunda, una confusión sobre la verdadera naturaleza de la realidad. Representa la identificación con el ego, con lo transitorio, el lamentable olvido de nuestra esencia divina. La ignorancia es la prisión de la mente. Nos aferramos a ilusiones, a sombras, creyendo que son la realidad.

2. De la ignorancia brotan las semillas del karma, las Samskaras. Son las acciones, palabras y pensamientos que realizamos en cada vida, dejando una huella en nuestra conciencia. Estas semillas germinarán en el futuro, determinando nuestras experiencias y nuestro destino. Cada acción es una semilla. Lo que se siembra se cosecha.

3. En la tercera casa, encontramos a Vijnana, la conciencia. Es el observador pasivo, el testigo de nuestras experiencias. Aunque no crea el karma, es consciente de él, y esta conciencia es fundamental para liberarnos del ciclo. La conciencia es el espejo que refleja nuestras acciones.

4. Aquí, la conciencia se manifiesta en el mundo a través de Nama-rupa, el nombre y la forma. Es la ilusión de la identidad, la creencia de que somos seres separados, definidos por nuestro cuerpo y nuestra personalidad. El nombre y la forma son máscaras. Detrás de ellas, se esconde nuestra verdadera esencia, el alma eterna.

5. Los órganos de los sentidos, Sadayatana, son las puertas a través de las cuales percibimos el mundo. Sin embargo, también pueden ser fuentes de engaño, ya que nos aferramos a las experiencias sensoriales, creando apego y deseo. Los sentidos son Herr∴, no dictan nuestras acciones ni mandan.

6. Cuando los sentidos entran en contacto con el mundo exterior, surge Sparsa, el contacto. Es el momento en que la conciencia se encuentra con un objeto, una persona o una situación. El contacto puede ser una chispa de iluminación o una llama de deseo.

7. Del contacto surge Vedana, la sensación. Puede ser placentera, dolorosa o neutra. Nos aferramos a las sensaciones placenteras y evitamos las dolorosas, creando más karma y perpetuando el ciclo. Las sensaciones son pasajeras.

8. Tanha, el deseo, es la sed insaciable que nos impulsa a buscar placer y evitar el dolor. Es la raíz del sufrimiento, ya que nos mantiene atrapados en la rueda del Saṃsāra. El deseo es un fuego que nunca se apaga. Alimenta la ilusión de que la felicidad se encuentra fuera de nosotros.

9. El deseo nos lleva a Upadana, el aferramiento. Nos aferramos a personas, objetos, ideas, creyendo que nos darán felicidad. Sin embargo, todo es impermanente, y el aferramiento solo causa sufrimiento. A lo que nos aferramos, se aferra en nosotros.

10. Bhava, el devenir, es el impulso kármico que nos impulsa a renacer. Es la fuerza que nos lleva de una vida a otra, buscando satisfacer nuestros deseos y anhelos. El devenir es la corriente del río.

11. Jati, el nacimiento, es el comienzo de un nuevo ciclo. Nacemos en un nuevo cuerpo, con una nueva identidad, pero con el mismo karma acumulado en vidas anteriores. El nacimiento es una oportunidad.

12. Jara-marana, la vejez y la muerte, es el final de un ciclo. Nos recuerda la impermanencia de todo, la naturaleza transitoria de la vida. La muerte no es el final, sino una transformación.

En la tradición masónica, el primer grado, el de Aprendiz, se centra en el despojo de los metales. Este acto simbólico representa el desprendimiento de las ataduras materiales y mentales que impiden el progreso espiritual. Es un proceso de purificación y preparación para el camino de la Luz, el Conocimiento. Esta idea resuena poderosamente con el concepto de Saṃsāra y las 12 Nidanas en la filosofía india. Saṃsāra[iv], como hemos visto, es el ciclo interminable de nacimiento, vida, muerte y renacimiento, impulsado por el karma y la ilusión. Las 12 Nidanas describen los eslabones de esta cadena, desde la ignorancia primordial[5] hasta la vejez y la muerte[6].

El enemigo no es el mundo. No es el destino. No es el sufrimiento. El enemigo es la ignorancia (avidyā). Es esa neblina mental que hace que confundamos lo transitorio con lo eterno, lo aparente con lo real. Los Doce Nidānas, esa cadena que ata cada pensamiento, cada acción y cada vida al ciclo del saṃsāra, no son un castigo divino. Son un mecanismo. Como cualquier engranaje, pueden desmantelarse.

La Bhagavad Gītā nos da la primera pista: «…abandona el apego a los frutos de la acción y actúa con determinación. El sabio no se aflige por el éxito o el fracaso…»[7]. Esa es la clave: desapego. No se trata de negar el mundo, sino de operar en él sin quedar atrapado. Cada uno de los Doce Nidānas se alimenta de una reacción instintiva: miedo, deseo, resistencia, apego. Si cambiamos la respuesta, interrumpimos el ciclo.

El primer eslabón, avidyā o ignorancia, es la madre de todos los demás. Sin ella, el resto colapsa. La ignorancia es no ver la realidad tal como es. Se vence con conocimiento aplicado. La Katha Upanishad advierte: «…El sendero que lleva a la sabiduría es arduo y estrecho, como el filo de una navaja…»[8]. La meditación es el primer golpe contra la ignorancia. Observar la mente. Darse cuenta de cómo el pensamiento crea sufrimiento innecesario. Entrenar el enfoque. Un hombre que controla su atención controla su destino.  El deseo se vence con propósito. El que se arrastra por la vida persiguiendo placeres momentáneos nunca se libera. Pero el que canaliza su energía en algo más grande—un deber, un arte, una causa—destruye la ilusión del yo quiero y encuentra una fuente de fuerza interna inagotable.

LA PRÁCTICA DEL DESAPEGO MENTAL

Los apegos, ya sean a bienes materiales, ideas preconcebidas o incluso a personas, nublan la mente y dificultan la introspección. El Ap∴ debe ser capaz de analizarse a sí mismo con objetividad, sin el filtro de sus deseos y miedos. Al estar apegado a ciertas cosas se define a través de ellas[9], en lugar de buscar su verdadera identidad en su interior. Los apegos generan dependencia y quien se aferra a lo material o a lo emocional se vuelve esclavo de ello, perdiendo su libertad de pensamiento y acción. El camino masónico es un camino de desprendimiento. Así como el Ap∴ es despojado de sus metales en la ceremonia de Inic∴, debe desprenderse de sus apegos mentales y emocionales para avanzar.

Upādāna o apego es el nudo que nos ata a una identidad, a una historia. Creemos que somos nuestras posesiones, nuestras emociones, nuestros pensamientos. Pero en el Ashtavakra Gītā encontramos recordatorios fulminantes como: «..eres libre aquí y ahora. ¿Quién puede atarte, excepto tu propia mente?…»[10]. El apego se vence con entrega. No significa pasividad, sino actuar sin identificarse con el resultado. Un guerrero en la batalla no piensa en la victoria o la derrota. Solo puede concentrarse en el próximo movimiento.

El Ap∴ que se aferra a lo transitorio (lo material, el poder, la fama) inevitablemente sufrirá cuando lo pierda. La Mas∴ enseña a buscar la felicidad en lo eterno, en el desarrollo de la virtud y el conocimiento, valora la capacidad de adaptación y el espíritu de apertura, busca hombres libres y de buenas costumbres. Un hombre atado a sus apegos no es verdaderamente libre, ya que sus decisiones estarán condicionadas por aquello a lo que se aferra. Desde la Inic∴ el Ap∴ debe ser capaz de cuestionar sus propias ideas y creencias, y estar dispuesto a abrazar nuevas perspectivas. El objetivo final de la Mas∴ es la trascendencia, la unión con el G∴A∴D∴U∴ . Los apegos nos atan al mundo material y nos impiden elevarnos a un plano espiritual superior. Para alcanzar la trascendencia, es necesario liberarse de las ataduras del ego y del mundo fenoménico. Esto implica un proceso de desapego gradual, reside en el espíritu del Ap∴ aprender a no identificarse con sus posesiones, su rol social o cualquier otro condicionamiento.

Es clave tomar conciencia de nuestros pensamientos y emociones sin juzgarlos ni aferrarnos a ellos. Reconocer que todo cambia y nada es permanente. Dirigir nuestra atención a nuestros pensamientos y acciones, que son lo único que realmente podemos controlar. Vivir de acuerdo con la razón y la naturaleza, buscando la virtud en cada acción. Reducir gradualmente la dependencia de objetos, personas o ideas que generan apego. No olvidemos nunca que los metales representan todo aquello que ata al ser humano a la ilusión del mundo exterior así como la soga de nuestra propia ignorancia nos mantienen la venda pegada a los ojos para que no podamos ver quienes realmente somos. Los metales son también las cargas emocionales, intelectuales y espirituales que el hombre ha acumulado en su vida profana. Son los prejuicios, las pasiones desordenadas, los temores, las ambiciones egoístas. Son, en última instancia, las barreras que separan la ignorancia del conocimiento.

En la filosofía hermética, se habla de la necesidad de disolver (solve) la materia impura antes de poder reconstruirla (coagula) en su forma purificada de igual manera que en la tradición hindú ensaña a través de las Upanishads que: «…el que desea conocer la Verdad debe renunciar a lo falso…».

El despojo de los metales no es una humillación, sino una liberación. Es el acto simbólico por el cual el neófito deja atrás lo que lo esclaviza y se abre a la posibilidad de un conocimiento superior. Es el reconocimiento de que la verdadera riqueza no está en el oro ni en la plata, sino en el despertar de la conciencia. Por ello, en el sendero Mas∴ y en cualquier vía iniciática auténtica, solo aquel que renuncia a las cadenas del mundo profano puede aspirar a cruzar el umbral del Temp∴ y adentrarse en territorio Sagrado. No porque se le imponga desde fuera, sino porque es la única manera de aligerar el peso y elevarse hacia la Luz.


[1] Maya es la ilusión cósmica que nos impide ver la verdadera naturaleza de la realidad y nos mantiene atrapados en el ciclo de Saṃsāra. Trascender Maya es el objetivo final de la tradición Vedanta y lo señala como el camino hacia la liberación. Maya oculta la verdadera naturaleza de Brahman, la realidad única y trascendente, haciéndonos ver solo la multiplicidad y la diversidad del mundo fenoménico.

[2] En el hinduismo, es Yama o Dharma Raja, acompañado de su hermana Yami. En el budismo tibetano, es Shinje, mientras que en variantes tántricas puede manifestarse como la feroz Ekajati o la protectora Palden Lhamo (Remati). En algunas corrientes tántricas hindúes, su aspecto femenino se asocia con Mahakali o Chamunda, representaciones del tiempo y la destrucción. Aunque su forma varía, en todas simboliza la transitoriedad y el karma que rige el Saṃsāra, del cual solo el despertar puede liberar.

[3] Referida como pratītyasamutpāda.

[4] Llamada prajñā.

[5] Avidyã

[6] Jara-marana

[7] Bhagavad Gītā 2.47

[8] Katha Upanishad 1.3.14

[9] Afirmando cuestiones como: ”soy dueño de esta casa,  «soy seguidor de esta ideología, entre tantas otras.

[10] Ashtavakra Gītā 1.11


[i] El concepto de renacimiento no aparece de forma explícita en los primeros himnos del Rig Veda (1500 a.C.), donde la cosmovisión aún gira en torno a la recompensa en un más allá celestial gobernado por los dioses. Sin embargo, en los textos bráhmanicos posteriores y en los Upanishads (800-500 a.C.), surge una noción inquietante: la idea de que la vida después de la muerte no es un descanso, sino una repetición. La existencia se revela como una prisión cíclica regida por el karma —la ley de causa y efecto que asigna a cada ser su destino en futuros nacimientos. Esta revelación cambia radicalmente la perspectiva sobre la vida: ya no se trata solo de realizar sacrificios para obtener favores divinos, sino de entender la naturaleza del ātman (el yo profundo) y su relación con el brahman (la realidad última). Así, el saṃsāra se convierte en la piedra angular de la filosofía hindú. El concepto de saṃsāra viaja con el budismo y el hinduismo, adaptándose a las mentalidades y culturas que encuentra. En el jainismo, se intensifica la idea de que el karma es una sustancia real que se adhiere al alma, atrapándola en el ciclo hasta que se purifica completamente. En el hinduismo posterior, los textos del Bhagavad Gītā (siglo II a.C.) presentan el saṃsāra como un campo de batalla donde cada ser debe desempeñar su dharma (deber) para evolucionar hacia la liberación (mokṣa).

[ii] En sánscrito, nidāna (निदान) significa «causa», «origen» o «fundamento». Su raíz etimológica proviene de «ni-» (abajo, dentro) y «dāna» (dar, otorgar), lo que sugiere algo que da lugar a otra cosa, es decir, una causa o condición que genera un efecto posterior.

[iii] Sutta Pitaka, parte del Tripitaka (o Tipitaka en Pali), es la colección de discursos atribuidos al Buda histórico, preservada en la tradición budista Theravāda. Contiene cinco secciones principales o nikāyas: Dīgha Nikāya (discursos largos), Majjhima Nikāya (discursos medios), Saṃyutta Nikāya (D¡discursos agrupados), Aṅguttara Nikāya (D¡discursos enumerados) y Khuddaka Nikāya (textos menores). Es una fuente fundamental para la enseñanza sobre los Doce Nidanas y la doctrina de la originación dependiente. 

[iv] Probablemente algunos HH∴ se preguntaran porque ha una «ṃ» con un punto debajo cada vez que se escribe la palabra Saṃsāra, y es que representa un anusvāra en sánscrito, un signo diacrítico que indica una nasalización del sonido previo. El anusvāra es una nasalización que cambia ligeramente su pronunciación dependiendo del sonido que le sigue. En este caso, en el habla tradicional, saṃsāra se pronunciaría más como sangsāra, aunque en la transliteración al español se simplifica a samsara.

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